viernes, 11 de junio de 2010


Viernes, 11 jun (RV).-


Benedicto XVI participó anoche en la vigilia de oración en la plaza de San Pedro para la conclusión del Año Sacerdotal y rezó junto a 15.000 sacerdotes de todo el mundo.
Además respondió a las preguntas de cinco sacerdotes, uno en representación de cada continente, quienes manifestaron sus inquietudes relacionadas con la función del sacerdote, el papel de la teología, el culto y el celibato y las vocaciones. La vigilia, que concluyó con la adoración eucarística, fue una demostración multitudinaria de afecto por el Santo Padre.Respondiendo a un párroco procedente de Brasil, el Papa invitó a los sacerdotes a no reducir el propio ministerio a una profesión y subrayó la importancia de que los fieles vean que es un hombre apasionado por Cristo. En este mismo sentido, el Santo Padre recalcó la necesidad del coloquio personal con Cristo y no descuidar la propia alma, una prioridad pastoral fundamental que se resume en la oración constante, también por las personas que no saben rezar o no encuentran tiempo para hacerlo.
En cuanto al celibato sacerdotal, Benedicto XVI subrayó lo sorprendente que resulta esta permanente crítica al celibato en una época en la que cada vez está más de moda no casarse. Y por lo que respecta a la teología el Papa subrayó la importancia de la formación acompañada de un sentido crítico y el conocimiento profundo de las Sagradas Escrituras junto a las corrientes de nuestro tiempo para poder dar “razón de nuestra fe”.Frente a la disminución de las vocaciones el Santo Padre recomendó que cada sacerdote haga lo posible para vivir el sacerdocio de forma tan convincente que los jóvenes puedan pensar que es una labor esencial para el mundo y sobre todo tener el valor de hablar con los jóvenes en el momento en que puedan pensar que Dios les llama, porque “a menudo es necesario una palabra humana para abrir paso a la escucha de la vocación divina”.

En la conclusión del Año Sacerdotal, el Papa pide perdón a Dios y a las víctimas por los pecados de los sacerdotes y los abusos, comprometiéndose a ha


Viernes, 11 jun (RV).-

Benedicto XVI ha presidido esta mañana en el atrio de la basílica Vaticana, la concelebración de la Santa Misa con motivo de la conclusión del Año Sacerdotal. Ha sido la mayor concelebración de la cristiandad de todos los tiempos, que ha reunido a 80 cardenales, 350 obispos y arzobispos, y unos 15.000 sacerdotes de numerosos países de todo el mundo. Ha sido también el culmen de un triduo que comenzó el miércoles, cuando miles de sacerdotes llegaron a Roma para participar en las diversas iniciativas reservadas especialmente a ellos; como la de la basílica de San Pablo Extramuros, la de San Juan de Letrán, el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano, y la misma Plaza de San Pedro, donde anoche los sacerdotes se reunieron en vigilia de oración con el Sucesor de Pedro y Pastor de la Iglesia Universal.

En esta calurosa jornada de junio, en que la plaza de San Pedro lucía de blanco y se destacaba el gran tapiz con la imagen de san Juan María Vianney, que pendía del balcón central de la basílica, el Santo Padre hizo su entrada a bordo del papamóvil para saludar a los miles de presentes, en su mayoría sacerdotes. En su homilía, Benedicto XVI, ha señalado que el Año Sacerdotal que hemos celebrado -150 años después de la muerte del santo Cura de Ars, modelo del ministerio sacerdotal en nuestros días-, llega a su fin. Y tras afirmar que nos hemos dejado guiar por él “para comprender de nuevo la grandeza y la belleza del ministerio sacerdotal, dijo textualmente: “El sacerdote no es simplemente alguien que detenta un oficio, como aquellos que toda sociedad necesita para que puedan cumplirse en ella ciertas funciones.
Por el contrario, el sacerdote hace lo que ningún ser humano puede hacer por sí mismo: pronunciar en nombre de Cristo la palabra de absolución de nuestros pecados, cambiando así, a partir de Dios, la situación de nuestra vida. Pronuncia sobre las ofrendas del pan y el vino las palabras de acción de gracias de Cristo, que son palabras de transustanciación, palabras que lo hacen presente a Él mismo, el Resucitado, su Cuerpo y su Sangre, transformando así los elementos del mundo; son palabras que abren el mundo a Dios y lo unen a Él”. Por lo tanto, ha proseguido diciendo el Papa, el sacerdocio no es simplemente un “oficio”, sino un “sacramento”. Dios se vale de un hombre con sus limitaciones para estar, a través de él, presente entre los hombres y actuar en su favor. Después de manifestar que Dios les sigue considerando capaces de esto, para lo cual sigue llamando a hombres a su servicio, el Papa ha recordado los objetivos de este Año. “Queríamos considerar nuevamente y comprender”; “queríamos despertar la alegría de saber que Dios está tan cerca”, y “la gratitud por el hecho de que Él se encomiende a nuestra debilidad”. Pero “era de esperar –dijo textualmente el Papa- que al ‘enemigo’ no le gustara que el sacerdocio brillara de nuevo; él hubiera preferido verlo desaparecer, para que al fin Dios fuera arrojado del mundo”.


“Y así ha ocurrido que, precisamente en este año de alegría por el sacramento del sacerdocio, han salido a la luz los pecados de los sacerdotes, sobre todo el abuso a los pequeños, en el cual el sacerdocio, que lleva a cabo la solicitud de Dios por el bien del hombre, se convierte en lo contrario. También nosotros pedimos perdón insistentemente a Dios y a las personas afectadas, mientras prometemos que queremos hacer todo lo posible para que semejante abuso no vuelva a suceder jamás; que en la admisión al ministerio sacerdotal y en la formación que prepara al mismo haremos todo lo posible para examinar la autenticidad de la vocación; y que queremos acompañar aún más a los sacerdotes en su camino, para que el Señor los proteja y los custodie en las situaciones dolorosas y en los peligros de la vida”. Además el Papa ha explicado que si el Año Sacerdotal hubiera sido “una glorificación de nuestros logros humanos personales, habría sido destruido por estos hechos” Pero, para nosotros, ha dicho, se trataba precisamente de lo contrario, de sentirnos agradecidos por el don de Dios, un don que se lleva en “vasijas de barro”, y que una y otra vez, a través de toda la debilidad humana, hace visible su amor en el mundo. Así, consideramos lo ocurrido como una tarea de purificación, un quehacer que nos acompaña hacia el futuro y que nos hace reconocer y amar más aún el gran don de Dios. “De este modo, el don se convierte en el compromiso de responder al valor y la humildad de Dios con nuestro valor y nuestra humildad: Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,29)”.


“Celebramos la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y con la liturgia echamos una mirada, por así decirlo, dentro del corazón de Jesús, que al morir fue traspasado por la lanza del soldado romano. Sí, su corazón está abierto por nosotros y ante nosotros; y con esto nos ha abierto el corazón de Dios mismo. La liturgia interpreta para nosotros el lenguaje del corazón de Jesús, que habla sobre todo de Dios como pastor de los hombres, y así nos manifiesta el sacerdocio de Jesús, que está arraigado en lo íntimo de su corazón; de este modo, nos indica el perenne fundamento, así como el criterio válido de todo ministerio sacerdotal, que debe estar siempre anclado en el corazón de Jesús y ser vivido a partir de él”.


Tras meditar, sobre los textos con los que la Iglesia orante responde a la Palabra de Dios proclamada en las lecturas, el Papa ha explicado que esos cantos, palabras y respuestas se compenetran. “Dios cuida personalmente de mí, de nosotros, de la humanidad –ha evidenciado- No me ha dejado solo, extraviado en el universo y en una sociedad ante la cual uno se siente cada vez más desorientado. Él cuida de mí. No es un Dios lejano, para quien mi vida no cuenta casi nada”. “Las religiones del mundo, por lo que podemos ver, han sabido siempre que, en último análisis, sólo hay un Dios. Pero este Dios era lejano. Abandonaba aparentemente el mundo a otras potencias y fuerzas, a otras divinidades. Había que llegar a un acuerdo con éstas. El Dios único era bueno, pero lejano. No constituía un peligro, pero tampoco ofrecía ayuda. Por tanto, no era necesario ocuparse de Él. Él no dominaba. Extrañamente, esta idea ha resurgido en la Ilustración”. Benedicto XVI ha proseguido afirmando en su homilía que “se aceptaba no obstante que el mundo presupone un Creador. Este Dios, sin embargo, habría construido el mundo, para después retirarse de él. Un mundo con sus leyes propias y en las cuales Dios no interviene, no puede intervenir. Dios es sólo un origen remoto”. Muchos, quizás -ha agregado el Papa- tampoco deseaban que Dios se preocupara de ellos. No querían que Dios los molestara. Pero allí donde la cercanía del amor de Dios se percibe como molestia, el ser humano se siente mal. Es bello y consolador saber que hay una persona que me quiere y cuida de mí. Pero es mucho más decisivo que exista ese Dios que me conoce, me quiere y se preocupa por mí. Porque, como ha dicho el Pontífice, en ese momento comprendemos también qué significa “Dios quiere que nosotros como sacerdotes, en un pequeño punto de la historia, compartamos sus preocupaciones por los hombres. Como sacerdotes, queremos ser personas que, en comunión con su amor por los hombres, cuidemos de ellos, les hagamos experimentar en lo concreto esta atención de Dios. Y, por lo que se refiere al ámbito que se le confía, el sacerdote, junto con el Señor, debería poder decir: «Yo conozco mis ovejas y ellas me conocen».


«Conocer», en el sentido de la Sagrada Escritura, nunca es solamente un saber exterior, igual que se conoce el número telefónico de una persona. «Conocer» significa estar interiormente cerca del otro. Quererle. Nosotros deberíamos tratar de «conocer» a los hombres de parte de Dios y con vistas a Dios; deberíamos tratar de caminar con ellos en la vía de la amistad con Dios”. Digámoslo de otro modo, ha proseguido diciendo el Santo Padre: “el Señor nos muestra cómo se realiza en modo justo nuestro ser hombres. Nos enseña el arte de ser persona. ¿Qué debo hacer para no arruinarme, para no desperdiciar mi vida con la falta de sentido? Ésta es la pregunta que todo hombre debe plantearse. ¡Cuánta oscuridad hay alrededor de esta pregunta en nuestro tiempo! Siempre vuelve a nuestra mente la palabra de Jesús, que tenía compasión por los hombres, porque estaban como ovejas sin pastor. Señor, ten piedad también de nosotros. Al recordar que “el camino de cada uno de nosotros nos llevará un día a la cañada oscura de la muerte, a la que ninguno nos puede acompañar”, Benedicto XVI ha dicho que Dios estará allí. “Sin embargo, hablando de la cañada oscura, podemos pensar también en las cañadas oscuras de las tentaciones, del desaliento, de la prueba, que toda persona humana debe atravesar. También en estas cañadas tenebrosas de la vida Él está allí. Señor, en la oscuridad de la tentación, en las horas de la oscuridad, en que todas las luces parecen apagarse, muéstrame que tú estás allí. Ayúdanos a nosotros, sacerdotes, para que podamos estar junto a las personas que en esas noches oscuras nos han sido confiadas, para que podamos mostrarles tu luz”.El Pontífice también ha recordado que la Iglesia “debe usar la vara del pastor, la vara con la que protege la fe contra los farsantes, contra las orientaciones que son, en realidad, desorientaciones”. En efecto, el uso de la vara puede ser un servicio de amor. Hoy vemos que no se trata de amor, cuando se toleran comportamientos indignos de la vida sacerdotal. Y concluyó su homilía con las siguientes palabras: “Cada cristiano y cada sacerdote deberían transformarse, a partir de Cristo, en fuente que comunica vida a los demás. Deberíamos dar el agua de la vida a un mundo sediento. Señor, te damos gracias porque nos has abierto tu corazón; porque en tu muerte y resurrección te has convertido en fuente de vida.


Haz que seamos personas vivas, vivas por tu fuente, y danos ser también nosotros fuente, de manera que podamos dar agua viva a nuestro tiempo. Te agradecemos la gracia del ministerio sacerdotal. Señor, bendícenos y bendice a todos los hombres de este tiempo que están sedientos y buscando. Amén.Una vez terminada la Santa Misa con motivo de la conclusión del Año Sacerdotal, el Papa ha saludado en diversas lenguas a los miles de sacerdotes presentes de los cinco continentes. Ante todo ha agradecido a la Congregación para el Clero, la obra desarrollada durante el Año Sacerdotal así como la organización de estas jornadas conclusivas. Y ha dirigido un pensamiento especial de reconocimiento a los cardenales y a los obispos que han querido estar presentes, en particular a cuantos han venido desde lejos. A los numerosos sacerdotes procedentes de América Latina y España, Benedicto XVI los ha saludado con las siguientes palabras: “Saludo cordialmente a los presbíteros de lengua española, y pido a Dios que esta celebración se convierta en un vigoroso impulso para seguir viviendo con gozo, humildad y esperanza su sacerdocio, siendo mensajeros audaces del Evangelio, ministros fieles de los Sacramentos y testigos elocuentes de la caridad. Con los sentimientos de Cristo, Buen Pastor, os invito a continuar aspirando cada día a la santidad, sabiendo que no hay mayor felicidad en este mundo que gastar la vida por la gloria de Dios y el bien de las almas”.

HOMILIA DEL DOMINGO 13 de Junio 2010.


Reflexión enviada desde Tenerife España Por Nuestro Sacerdote Amigo. Presbítero Carmelo Hernández

Una mirada de luz y de misericordia
Sam. 12, 7-10.13; Sal. 31; Gál. 2, 16.19-21; Lc. 7, 36-8, 3


El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás’, le dice el profeta Natán a David cuando éste ha reconocido que ha pecado contra el Señor. ‘Tus pecados quedan perdonados… tu fe te ha salvado, vete en paz’, le dice Jesús a la mujer pecadora que allí, a los pies del Señor, con mucho amor ha llorado sus pecados. Arrepentimiento y amor, conversión y cambio de vida, transformación del corazón, luz que disipa tinieblas. En el fondo la fe en el Señor que es el que nos perdona y nos justifica.
Dios siempre viene a buscar el corazón del hombre para transformarlo y llenarlo de vida. No quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, hemos meditado muchas veces. Y el Señor nos busca. Como Natán fue en el nombre de Dios a buscar a David para que reconociera su pecado. Como Jesús que va a casa del fariseo pero que va buscando corazones que transformar y llenar de paz.
Aunque el relato del evangelio nos dice que ‘el fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él’, podemos decir que es Jesús realmente quien va en su búsqueda. Conoce Jesús todo lo que puede pasar allí y que será ocasión para que aquella mujer pecadora acuda a Jesús. Pero, ¿no irá Jesús también buscando el corazón de aquel fariseo en el que habrá que cambiar muchas actitudes? Los caminos de las búsquedas de Dios.
Ya conocemos el relato del evangelio. Cuando Jesús estuvo sentado a la mesa aquella mujer, una mujer pecadora, se entera de que allí está Jesús. ‘Vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume’. Hará con Jesús todo lo que aquel fariseo no había hecho con Jesús como gestos de hospitalidad. Quien en verdad era la primera en recibir y acoger a Jesús era aquella mujer que se había atrevido a acercarse así hasta Jesús. los gestos que le hubieran correspondido al dueño de la casa los realiza ella.
Allí estaba el arrepentimiento y el amor; el reconocimiento de sus muchos pecados, pero un amor grande para acudir con confianza total hasta Jesús para llorar sus pecados. Había pecado mucho, pero ahora amaba mucho porque se les perdonaban sus muchos pecados. ‘Tu fe te ha salvado’, le dice Jesús.
Y en Jesús encuentra la paz, la paz más honda en su corazón como la que tenemos que sentir nosotros cuando también con humildad y con mucho amor acudimos a Jesús aunque seamos muy pecadores. Es que en Jesús nos vamos a sentir transformados. El amor nos transforma. Jesús en su amor, y un amor infinito, ha dado su vida por nosotros para darnos ese perdón y esa paz. En ese amor de Jesús nos sentimos transformados para nosotros querer amar con un amor igual, con un amor grande. Y con ese amor llevar también esa paz a los demás.
Nos sentimos transformados desde lo más hondo de nuestra vida cuando ponemos nuestra fe en El. Y queremos seguirle. Y queremos hacernos como El. Y queremos caminar a su paso. Y sentimos cómo tenemos que cambiar nuestro corazón, nuestras actitudes, lo que hacemos en nuestra vida. Es cuando vemos la miseria de nuestro pecado y comprendemos también qué grande es su amor y su misericordia.
Queremos, entonces, mostrarle nuestro amor y buscaremos los gestos que consideremos más hermosos para mostrarle nuestro amor. Como hizo aquella mujer pecadora. Con cuántos gestos de amor tenemos que aprender a acoger a Jesús. Y el reconocimiento de nuestro pecado no es para anularnos, sino para sentirnos perdonados por El y sentir esa paz tan hermosa que El nos da. ‘Tu fe te ha salvado, vete en paz’, nos dice también a nosotros. Siéntela en tu corazón y llévala también a los demás.
Nos preguntábamos antes si acaso Jesús no iba buscando también el cambio del corazón de aquel fariseo que lo había invitado. Cuando meditamos este texto del evangelio nos fijamos poco en el fariseo, si acaso con algo de conmiseración por nuestra parte porque decimos que pensaba mal en su interior. Jesús conocía lo que pensaba aquel hombre sobre el hecho de que la mujer pecadora estuviera haciendo lo que hacía.
Por eso Jesús le propone la parábola de los dos deudores. Pero es que Jesús lo que está queriendo hacer comprender a aquel hombre es que no puede pensar mal ni juzgar. Que fácil nos es hacer eso a nosotros también tantas veces. Le hizo ver Jesús que en aquella mujer, aunque fuera muy pecadora, había mucho amor. Ni se puede juzgar ni se puede condenar. ¿No estaría invitándole también a que él fuera menos duro en su vida y pusiera también más amor, compasión y misericordia en sus actitudes para con los demás? Era un cambio de actitud interior lo que necesitaba aquel hombre.
Es lo que le pide Jesús. Son muchas las actitudes interiores que también hemos de cambiar en nuestro corazón. Como decíamos somos muy fáciles a los prejuicios, a las actitudes preventivas contra los otros, a juzgar las acciones o las actitudes de los demás según nuestros pareceres, a condenar fácilmente al prójimo. Sólo Dios conoce el corazón del hombre y no somos nadie nosotros para juzgar del interior de la otra persona.
Y quien en verdad se dice seguidor de Jesús ha de llenar siempre su corazón de compasión y misericordia, porque nosotros somos deudores de la misericordia que el Señor tiene con nosotros y sólo así obtendremos también nosotros misericordia. ‘Dichosos los misericordiosos, porque ellos obtendrán misericordia’, que nos dice la bienaventuranza.
Nuestros ojos tienen que estar llenos de luz para mirar a los demás. Y los tenemos llenos de luz cuando tenemos amor y misericordia en el corazón. Si miramos con ojos de luz seremos capaces de ver también el resplandor de luz que hay siempre en los otros. Siempre podemos encontrar algo bueno en el otro. ¿No nos gusta a nosotros que valoren lo bueno que hay en nuestra vida o lo bueno que hacemos, por muy pecadores que nos sintamos? Así tenemos que aprender nosotros a mirar a los demás.
Si sólo miramos con ojos enturbiados por las tinieblas de nuestra malicia sólo veremos sombras y tinieblas. Tenemos que aprender a tener esa nueva mirada. Quitar tinieblas de nuestros ojos y de nuestro corazón. Nos lo enseña Jesús hoy. Qué distinta era la actitud de aquel fariseo que sólo veía tinieblas y pecado en aquella mujer y la mirada de Jesús que, aunque hubiera pecado en ella, sin embargo él veía sobre todo amor. Esa mirada luminosa de Jesús llenó también de luz el corazón de aquella mujer pecadora porque salió de allí perdonada y en paz.
También nosotros necesitamos que Jesús llegue a la casa de nuestra vida. Más aún es El quien nos ha invitado a que vayamos a sentarnos a su mesa. Para eso estamos aquí en la Eucaristía. Que el Señor nos llene de su luz; que el Señor nos llene de su paz.