Oración Inicial
Jesús, Rey de sangre, de luz y de gloria, te suplicamos por la bondad infinita de tu corazón, que nos mires con ternura:
Triunfa en las conciencias de los pecadores y en las almas de los justos.
Purifica nuestros cuerpos y santifica nuestras almas.
Corona nuestros anhelos y nuestros esfuerzos de santidad de Gracia glorificadora.
Ayúdanos a buscar en tu Eucaristía el germen y la garantía de nuestra propia resurrección y glorificación.
Para que, al cumplirse en nosotros tus designios salvadores, podamos glorificarte a ti, en vida, en muerte y eternidad.
No mires nuestras faltas, sino sólo tu misericordia, y concédenos lo que con corazón humillado y confiado te pedimos (se pide la gracia que se desea conseguir)
Jesús Transfigurado que también todos los hombres te alaben y glorifiquen, ahora y por siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Meditación
Entusiasmo
de Pedro al despertar
¿Es porqué al anuncio de la Pasión, que el
Tabor se estremeció, como otrora en el Sinaí, y como más tarde se estremecerá
el Calvario que los Apóstoles despiertan bruscamente? Los Evangelios no nos
dicen nada. Pero sí nos dicen que ellos “vieron Su gloria y a los dos
personajes que estaban con Él”.
Podemos imaginar la
felicidad, el embeleso inefable de los tres Apóstoles ¡El Maestro
transfigurado, aureoleado de gloria, irradiando esplendores de luz eterna! Ven
su luz por todo el monte y sus confines, maravillosa luz que les hace entrever
algo de eso que vió Moisés en el Sinaí y Elías en su carro de fuego. Temor,
temblor y amor; divinidad, justicia, misericordia, todo envuelto por esa luz que
traspasa los corazones y sobrepasa la luz material. Luz indefectible que
esclarece el alma y deja a los apóstoles sobrecogidos de admiración, absortos
en lo infinito, lo eterno.
Pero ¿por que Moisés y
Elías hacen ademán de retirarse? Pedro aquí recobra por fin el habla y exclama:
“Maestro ¡no, todavía no!, ¡Qué bien se está aquí! Esto es lo que queríamos de
ti, Maestro: verte así, gozar de ti, porque tu eres el esplendor, eres la vida.
¡Qué bien se está aquí!”
Nos dice San Lucas que
Pedro no sabía lo que decía. Ciertamente que no lo sabía, pero es en sus labios
estaba toda la espontaneidad de su corazón ardiente. Es evidente que Pedro era
allí más ojos que oídos. Embelesado por la visión, pasaba por alto el tema de
la conversación de los tres protagonistas de esa escena de cielo. Cuando al
bajar, haya aprendido que es necesario también “escuchar”, habrá madurado
mucho, pues se esforzará en conjugar en la realidad de la vida diaria el sufrir
y el gozar.
Quiera Dios que los
transfiguristas, para llegar a ese equilibrio tan necesario, sepan desde el
principio aceptar gozosos la ley de la cruz, para orientar con acierto sus
vidas hacia la glorificación.
No todos pueden contemplar
el rostro de Cristo iluminado, transfigurado, pero todos podemos contemplar su
rostro deformado por los tormentos, en los sufrimientos que llevan sobre sí los
hombres, rostros doloridos en los cuales se esconde la gloria de Dios que debe
triunfar en ellos con el aporte también de nuestra inmolación amorosa.
Oración Final
¡Oh Jesús Transfigurado! que en el resplandor de tu gloria conversaste con Moisés y Elías de tu Pasión y Muerte, ayúdanos a no separar nunca nuestros anhelos de gloria eterna de la cruz redentora, que abrazada con amor, nos hace posible llegar a la glorificación.
¡Padre Celestial! que en la Transfiguración de tu muy amado Hijo, nos exhortaste a escucharle, crea en nosotros un espíritu nuevo y una mayor docilidad para aceptar y vivir a Cristo y su doctrina de Amor, para que así alcancemos a participar de su gloria.
Y tú ¡Oh Espíritu Santo! que en forma de nube luminosa también te hiciste presente en el Tabor, ilumina nuestro entendimiento e inflama nuestros corazones para que podamos entender y asimilar siempre mejor las enseñanzas y los ejemplos de Jesús, que con el Padre y contigo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.