domingo, 15 de septiembre de 2013

TESTIMONIOS EVALUACIÓN I CONGRESO CATEQUESIS I


Testimonios de los Catequistas de la Diócesis de San Felipe de Aconcagua, quienes han Vivenciado una maravillosa experiencia de Oración y Formación - en el I Congreso Diocesano de Catequesis 2013 - en el Contexto del Año de la Fe. 2012 - 2013

GRANDES BENDICIONES NOS HA TRAÍDO LA CAPILLA DE ADORACIÓN EUCARÍSTICA PERPETUA TABOR. SEPTIEMBRE 2013

 La Capilla de Adoración Eucarística Perpetua Tabor - Sigue invitando a los voluntarios y voluntarias, que deseen dedicar una hora del día - la noche y/o la madrugada para Adorar a Jesús Sacramentado - Puedan acercarse a Inscribirse en la secretaría de Nuestra Parroquia Nuestra señora del Carmen de Rinconada de Silva - o Llamar al Presbítero Padre y Párroco. Ricardo Gómez Herrera, al fono red fija: (34) 2 50 11 38.
 Los siguientes son los Horarios que aún no han sido completados:
Lunes 04:00 AM - y 05:00 AM - 06:00 AM / Martes 02:00 AM - 10:00 AM y 15:00 PM / Miércoles 15:00 Horas - Jueves 03:00 AM y 04:00 AM / Viernes 04:00 AM - 14:00 y 19:00 PM / Sábado 07:00 y 08:00 AM  y 11:00 AM - 19:00 PM / Domingo 12:00 AM, 13:00 PM - 16:00 y 17:00 PM -
Les invitamos a acudir en el horario que les sea más factible según sus necesidades y propósitos -
 También Pueden Contactarse con  las Encargadas del Proyecto:  Srta. Elizabeth Montiel  - Celular:  (09) 841 826 04 - Y la Sra. Marcela Pérez - Celular: (09) 831 642 74





LO QUE ESPERO TESTIMONIOS 2013


Nuestra Iglesia Diocesana ha Realizado su Primer Congreso de Catequistas - Una Oportunidad de Formación y de Dinámica de Conocimiento - En el Contexto de las Actividades Formativas del Año de la Fe - 2012 - 2013.

El Pulso de la Capilla Adoración Perpetua Septiembre 2013


Nuestra Capilla de Adoración Eucarística Perpetua  Tabor - de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen de Rinconada de Silva - Quinta Región Interior Cordillera - Chile - Ya Experimenta Grandes Bendiciones en los Adoradores, quienes día tarde noche y Madrugada - Adoran a Jesús Sacramentado.
Les invitamos a inscribirse en esta experiencia de Fe - de Gracia y Bendición.

domingo, 28 de julio de 2013

ECOS Y DESAFÍOS DESPUES DE LA JMJ 2013.

Ecos de la #JMJ #RIO2013
 
 
 
 Simplemente cuatro conceptos: discípulo, misionero, y las conversiones personal y pastoral. La clave es Aparecida, el documento, para que podarnos comprender todo lo ocurrido en estos días en la JMJ Río 2013. Cuatro conceptos que se unen en dos: el discípulo nace de una conversión personal y el misionero debe ser portador de una conversión pastoral. ¿De qué estoy hablando? Una de los grandes logros del Papa Francisco fue el hacernos comprender estas cosas desde un lenguaje sencillo y cotidiano. Permítanme a mi complicarles algo el asunto (defecto profesional de cura… si no hablamos “en difícil” no estamos contentos… jaja). Francisco invitó constantemente a seguir a Jesús (Todas las citas están tomadas de la cobertura de Aciprensa, la foto es “robada” a Rox Alfieri). Citemos, solamente como ejemplo que resume, estas palabras durante el Viacrucis: “En la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, su inmensa misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer. Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos totalmente en Él (cf. Lumen fidei, 16) porque Él nunca defrauda a nadie. Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos salvación y redención. Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de ser instrumento de odio, de derrota, de muerte, en un signo de amor, de victoria y de vida.” El seguir a Jesús significa adentrarse en un camino de discipulado que supone una conversión personal de las actitudes concretas de vida. Como resumen recordemos lo que dijo durante la Vigilia: “El campo como lugar donde se siembra. Todos conocemos la parábola de Jesús que habla de un sembrador que salió a sembrar en un campo; algunas simientes cayeron al borde del camino, entre piedras o en medio de espinas, y no llegaron a desarrollarse; pero otras cayeron en tierra buena y dieron mucho fruto (cf. Mt 13,1-9). Jesús mismo explicó el significado de la parábola: La simiente es la Palabra de Dios sembrada en nuestro corazón (cf. Mt 13,18-23). Hoy, todos los días, pero hoy de manera especial, Jesús siembra. Cuando aceptamos la Palabra de Dios, entonces somos el Campo de la Fe. Por favor, dejen que Dios y su Palabra, entren en su vida. Dejen entrar la simiente de la Palabra de Dios. Dejen que germine, dejen que crezca. ¡Dios hace todo, pero ustedes déjenlo hacer! Dejen que Él trabaje en ese crecimiento. Jesús nos dice que las simientes que cayeron al borde del camino, o entre las piedras y en medio de espinas, no dieron fruto. Creo que con honestidad podemos hacernos la pregunta ¿Qué clase de terreno somos, qué clase de terreno queremos ser? Quizás somos a veces como el camino: escuchamos al Señor, pero no cambia nada en la vida, porque nos dejamos atontar por tantos reclamos superficiales que escuchamos. Yo les pregunto, pero no contesten ahora, contesten en su corazón ¿Yo soy un joven, una joven atontado? O somos como el terreno pedregoso: acogemos a Jesús con entusiasmo, pero somos inconstantes ante las dificultades, no tenemos el valor de ir contracorriente. Cada uno contestamos en nuestro corazón, ¿tengo valor o soy cobarde?; o somos como el terreno espinoso: las cosas, las pasiones negativas sofocan en nosotros las palabras del Señor (cf. Mt 13,18-22). ¿Tengo en mi corazón la costumbre de jugar a dos puntas? ¿Quedar bien con Dios y quedar bien con el diablo? ¿Querer recibir la semilla de Jesús y a la vez regar las espinas y los yuyos que nacen en mi corazón? Cada uno en silencio se contesta. Hoy, sin embargo, estoy seguro de que la simiente puede caer en buena tierra. Escuchamos estos testimonios, ¡cómo la simiente cayó en buena tierra! “No Padre, yo no soy buena tierra, soy una calamidad, lleno de piedras, de espinas y de todo”. Sí, puede que eso haya arriba, pero hacé un pedacito, hacé un cachito de buena tierra, y dejá que caiga ahí ¡y vas a ver cómo germina! Yo sé que ustedes quieren ser buena tierra. Cristianos en serio, no cristianos a medio tiempo, no cristianos almidonados con la nariz así, que parecen cristianos y en el fondo no hacen nada. No cristianos de fachada. Esos cristianos que son pura facha, sino cristianos auténticos. Sé que ustedes no quieren vivir en la ilusión de una libertad “chirle” (aguado, inconsistente) que se deja arrastrar por la moda y las conveniencias del momento. Sé que ustedes apuntan a lo alto, a decisiones definitivas que den pleno sentido. ¿Es así o me equivoco? Bueno, si es así, hagamos una cosa, todos en silencio, mirémonos al corazón y cada uno dígale a Jesús  que quiere recibir la semilla, dígale a Jesús ‘mirá Jesús  las piedras que hay, mirá las espinas, mirá los yuyos, pero mirá este cachito de tierra que te ofrezco para que entre la semilla. En silencio dejamos entrar la semilla de Jesús. Acuérdense de este momento. Cada uno sabe el nombre de la semilla que entró. Déjenla crecer y Dios la va a cuidar.” Para caminar como discípulos en constante conversión les recordó las tradicionales “ayudas” que tiene el cristiano: oración, sacramentos, vida en comunidad y amor al prójimo. Con distintos ejemplos fue catequizando cada una de estas. Nosotros ya hicimos un resumen en este artículo. Ahora bien, el discípulo no solamente debe vivir su fe sino que está llamado a compartirla con los que la rodean. El simple hecho de vivirla es ya un compartirla. A esto se le llama “misión”. Y el Papa Francisco fue muy claro varias veces al respecto. Ahora simplemente recordemos estas palabras en la Misa de Envío: “Vayan. En estos días aquí en Río, han podido experimentar la belleza de encontrar a Jesús y de encontrarlo juntos, han sentido la alegría de la fe. Pero la experiencia de este encuentro no puede quedar encerrada en su vida o en el pequeño grupo de la parroquia, del movimiento o de su comunidad. Sería como quitarle el oxígeno a una llama que arde. La fe es una llama que se hace más viva cuanto más se comparte, se transmite, para que todos conozcan, amen y profesen a Jesucristo, que es el Señor de la vida y de la historia (cf. Rm 10,9). Pero ¡cuidado! Jesús no ha dicho: si quieren, si tienen tiempo, sino: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Compartir la experiencia de la fe, dar testimonio de la fe, anunciar el evangelio es el mandato que el Señor confía a toda la Iglesia, también a ti; es un mandato que no nace de la voluntad de dominio o de poder, sino de la fuerza del amor, del hecho que Jesús ha venido antes a nosotros y nos ha dado, no algo de sí, sino todo él, ha dado su vida para salvarnos y mostrarnos el amor y la misericordia de Dios. Jesús no nos trata como a esclavos, sino como a hombres libres, amigos, hermanos; y no sólo nos envía, sino que nos acompaña, está siempre a nuestro lado en esta misión de amor. ¿Adónde nos envía Jesús? No hay fronteras, no hay límites: nos envía a todos. El evangelio no es para algunos sino para todos. No es sólo para los que nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos. No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente. El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y de su amor. En particular, quisiera que este mandato de Cristo: «Vayan», resonara en ustedes jóvenes de la Iglesia en América Latina, comprometidos en la misión continental promovida por los obispos. Brasil, América Latina, el mundo tiene necesidad de Cristo.” Esta misión tiene una particular característica: estamos en tiempos de conversión pastoral. Ese pedido nos hizo a los sacerdotes: “No podemos quedarnos enclaustrados en la parroquia, en nuestra comunidad, cuando tantas personas están esperando el Evangelio. No es un simple abrir la puerta para acoger, sino salir por ella para buscar y encontrar. Pensemos con decisión en la pastoral desde la periferia, comenzando por los que están más alejados, los que no suelen frecuentar la parroquia. También ellos están invitados a la mesa del Señor.” Pero fue de manera constante hecho a los jóvenes. A los argentinos con la fórmula (que ya está haciendo roncha en las redes sociales) de hacer lío (ya lo comenté aquí). A todos con ejemplos concretos que invitan a participar desde la propia originalidad. Basten estas palabras como ejemplo: “El campo como obra en construcción. Acá estamos viendo cómo se ha construido esto aquí (la iglesia de madera levantada por los jóvenes) Se empezaron a mover los muchachos, las chicas, movieron y construyeron una iglesia. Cuando nuestro corazón es una tierra buena que recibe la Palabra de Dios, cuando «se suda la camiseta», tratando de vivir como cristianos, experimentamos algo grande: nunca estamos solos, formamos parte de una familia de hermanos que recorren el mismo camino: somos parte de la Iglesia; Los muchachos, estas chicas, no están solos. En conjunto hicieron un camino y construyeron la iglesia. En conjunto hicieron lo de San Francisco: construir, reparar la iglesia. Les pregunto ¿quieren construir la Iglesia? ¿Se animan? ¿Y mañana se van a olvidar de este ‘sí’ que dijeron? Somos parte de la Iglesia. Más aún, nos convertimos en constructores de la Iglesia y protagonistas de la historia. Chicos y chicas, por favor, no se metan en la cola de la historia, ¡sean protagonistas! ¡Jueguen para adelante! ¡Pateen adelante! ¡Construyan un mundo mejor! ¡Un mundo de hermanos, un mundo de justicia, de amor, de paz, de fraternidad, de solidaridad! ¡Juéguenla adelante siempre! San Pedro nos dice que somos piedras vivas que forman una casa espiritual (cf. 1 P 2,5). Y mirando este palco, vemos que tiene la forma de una iglesia construida con piedras, con ladrillos. En la Iglesia de Jesús, las piedras vivas somos nosotros, y Jesús nos pide que edifiquemos su Iglesia. Cada uno de nosotros es una piedra viva, es un pedacito de la construcción, y si falta ese pedacito cuando viene la lluvia entra la gotera y se mete el agua dentro de la casa. Cada pedacito vivo tiene que cuidar la unidad y la seguridad de la Iglesia. Y no construir una pequeña capilla donde sólo cabe un grupito de personas. Jesús nos pide que su Iglesia sea tan grande que pueda alojar a toda la humanidad, que sea la casa de todos. Jesús me dice a mí, a vos, a cada uno: «Vayan, y hagan discípulos a todas las naciones». Esta tarde, respondámosle: Sí, Señor, también yo quiero ser una piedra viva; juntos queremos construir la Iglesia de Jesús. Quiero ir y ser constructor de la Iglesia de Cristo. Tu corazón joven quiere construir un mundo mejor. Sigo las noticias del mundo y veo que en tantos jóvenes, en muchas partes del mundo han salido por las calles para expresar el deseo de una civilización más justa y fraterna. Los jóvenes en la calle. Son jóvenes que quieren ser protagonistas del cambio. Por favor, no dejen que otros sean los protagonistas los cambios. ¡Ustedes son los que tienen el futuro! Por ustedes entra el futuro en el mundo. A ustedes también les pido que sean protagonistas de este cambio. Sigan superando la apatía y ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y políticas que se van planteando en diversas partes del mundo. Les pido que sean constructores del futuro. Que se metan en el trabajo por un mundo mejor. Queridos jóvenes, por favor ¡no balconeen en la vida! ¡Métanse en ella! ¡Jesús no se quedó en el balcón, se metió! ¡No balconeen la vida, métanse en ella como hizo Jesús!” Todo esto es, ni más ni menos, una presentación pastoral del Documento de Aparecida. En el almuerzo que tuvo con los obispos de Brasil les recordaba: “En Aparecida, Dios ha ofrecido su propia Madre al Brasil. Pero Dios ha dado también en Aparecida una lección sobre sí mismo, sobre su forma de ser y de actuar. Una lección de esa humildad que pertenece a Dios como un rasgo esencial, está en el adn de Dios. En Aparecida hay algo perenne que aprender sobre Dios y sobre la Iglesia; una enseñanza que ni la Iglesia en Brasil, ni Brasil mismo deben olvidar.” Pero es en el discurso al comité coordinador del Celam donde estas claves se nos hacen plenamente manifiestas. Cita larga, porque si llegaron hasta aquí seguro que les interesa: “Dimensiones de la Misión Continental La Misión Continental se proyecta en dos dimensiones: programática y paradigmática. La misión programática, como su nombre lo indica, consiste en la realización de actos de índole misionera. La misión paradigmática, en cambio, implica poner en clave misionera la actividad habitual de las Iglesias particulares. Evidentemente aquí se da, como consecuencia, toda una dinámica de reforma de las estructuras eclesiales. El “cambio de estructuras” (de caducas a nuevas) no es fruto de un estudio de organización de la planta funcional eclesiástica, de lo cual resultaría una reorganización estática, sino que es consecuencia de la dinámica de la misión. Lo que hace caer las estructuras caducas, lo que lleva a cambiar los corazones de los cristianos, es precisamente la misionariedad. De aquí la importancia de la misión paradigmática. La Misión Continental, sea programática, sea paradigmática, exige generar la conciencia de una Iglesia que se organiza para servir a todos los bautizados y hombres de buena voluntad. El discípulo de Cristo no es una persona aislada en una espiritualidad intimista, sino una persona en comunidad, para darse a los demás. Misión Continental, por tanto, implica pertenencia eclesial. Un planteo como éste, que comienza por el discipulado misionero e implica comprender la identidad del cristiano como pertenencia eclesial, pide que nos explicitemos cuáles son los desafíos vigentes de la misionariedad discipular. Señalaré solamente dos: la renovación interna de la Iglesia y el diálogo con el mundo actual. Renovación interna de la Iglesia Aparecida ha propuesto como necesaria la Conversión Pastoral. Esta conversión implica creer en la Buena Nueva, creer en Jesucristo portador del Reino de Dios, en su irrupción en el mundo, en su presencia victoriosa sobre el mal; creer en la asistencia y conducción del Espíritu Santo; creer en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y prolongadora del dinamismo de la Encarnación. En este sentido, es necesario que, como Pastores, nos planteemos interrogantes que hacen a la marcha de las Iglesias que presidimos. Estas preguntas sirven de guía para examinar el estado de las diócesis en la asunción del espíritu de Aparecida y son preguntas que conviene nos hagamos frecuentemente como examen de conciencia. 1. ¿Procuramos que nuestro trabajo y el de nuestros Presbíteros sea más pastoral que administrativo? ¿Quién es el principal beneficiario de la labor eclesial, la Iglesia como organización o el Pueblo de Dios en su totalidad? 2. ¿Superamos la tentación de atender de manera reactiva los complejos problemas que surgen? ¿Creamos un hábito pro-activo? ¿Promovemos espacios y ocasiones para manifestar la misericordia de Dios? ¿Somos conscientes de la responsabilidad de replantear las actitudes pastorales y el funcionamiento de las estructuras eclesiales, buscando el bien de los fieles y de la sociedad? 3. En la práctica, ¿hacemos partícipes de la Misión a los fieles laicos? ¿Ofrecemos la Palabra de Dios y los Sacramentos con la clara conciencia y convicción de que el Espíritu se manifiesta en ellos? 4. ¿Es un criterio habitual el discernimiento pastoral, sirviéndonos de los Consejos Diocesanos? Estos Consejos y los Parroquiales de Pastoral y de Asuntos Económicos ¿son espacios reales para la participación laical en la consulta, organización y planificación pastoral? El buen funcionamiento de los Consejos es determinante. Creo que estamos muy atrasados en esto. 5. Los Pastores, Obispos y Presbíteros, ¿tenemos conciencia y convicción de la misión de los fieles y les damos la libertad para que vayan discerniendo, conforme a su proceso de discípulos, la misión que el Señor les confía? ¿Los apoyamos y acompañamos, superando cualquier tentación de manipulación o sometimiento indebido? ¿Estamos siempre abiertos para dejarnos interpelar en la búsqueda del bien de la Iglesia y su Misión en el mundo? 6. Los agentes de pastoral y los fieles en general ¿se sienten parte de la Iglesia, se identifican con ella y la acercan a los bautizados distantes y alejados? Como se puede apreciar aquí están en juego actitudes. La Conversión Pastoral atañe principalmente a las actitudes y a una reforma de vida. Un cambio de actitudes necesariamente es dinámico: “entra en proceso” y sólo se lo puede contener acompañándolo y discerniendo. Es importante tener siempre presente que la brújula, para no perderse en este camino, es la de la identidad católica concebida como pertenencia eclesial. Diálogo con el mundo actual Hace bien recordar las palabras del Concilio Vaticano II: Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo (cf. GS, 1). Aquí reside el fundamento del diálogo con el mundo actual. La respuesta a las preguntas existenciales del hombre de hoy, especialmente de las nuevas generaciones, atendiendo a su lenguaje, entraña un cambio fecundo que hay que recorrer con la ayuda del Evangelio, del Magisterio, y de la Doctrina Social de la Iglesia. Los escenarios y areópagos son de lo más variado. Por ejemplo, en una misma ciudad, existen varios imaginarios colectivos que conforman “diversas ciudades”. Si nos mantenemos solamente en los parámetros de “la cultura de siempre”, en el fondo una cultura de base rural, el resultado terminará anulando la fuerza del Espíritu Santo. Dios está en todas partes: hay que saber descubrirlo para poder anunciarlo en el idioma de esa cultura; y cada realidad, cada idioma, tiene un ritmo diverso. Algunas tentaciones contra el discipulado misionero La opción por la misionariedad del discípulo será tentada. Es importante saber por dónde va el mal espíritu para ayudarnos en el discernimiento. No se trata de salir a cazar demonios, sino simplemente de lucidez y astucia evangélica. Menciono sólo algunas actitudes que configuran una Iglesia “tentada”. Se trata de conocer ciertas propuestas actuales que pueden mimetizarse en la dinámica del discipulado misionero y detener, hasta hacer fracasar, el proceso de Conversión Pastoral. 1. La ideologización del mensaje evangélico. Es una tentación que se dio en la Iglesia desde el principio: buscar una hermenéutica de interpretación evangélica fuera del mismo mensaje del Evangelio y fuera de la Iglesia. Un ejemplo: Aparecida, en un momento, sufrió esta tentación bajo la forma de asepsia. Se utilizó, y está bien, el método de “ver, juzgar, actuar” (cf. n. 19). La tentación estaría en optar por un “ver” totalmente aséptico, un “ver” neutro, lo cual es inviable. Siempre el ver está afectado por la mirada. No existe una hermenéutica aséptica. La pregunta era, entonces: ¿con qué mirada vamos a ver la realidad? Aparecida respondió: Con mirada de discípulo. Así se entienden los números 20 al 32. Hay otras maneras de ideologización del mensaje y, actualmente, aparecen en Latinoamérica y El Caribe propuestas de esta índole. Menciono sólo algunas: a) El reduccionismo socializante. Es la ideologización más fácil de descubrir. En algunos momentos fue muy fuerte. Se trata de una pretensión interpretativa en base a una hermenéutica según las ciencias sociales. Abarca los campos más variados, desde el liberalismo de mercado hasta la categorización marxista. b) La ideologización psicológica. Se trata de una hermenéutica elitista que, en definitiva, reduce el “encuentro con Jesucristo” y su ulterior desarrollo a una dinámica de autoconocimiento. Suele darse principalmente en cursos de espiritualidad, retiros espirituales, etc. Termina por resultar una postura inmanente autorreferencial. No sabe de trascendencia y, por tanto, de misionariedad. c) La propuesta gnóstica. Bastante ligada a la tentación anterior. Suele darse en grupos de élites con una propuesta de espiritualidad superior, bastante desencarnada, que termina por desembarcar en posturas pastorales de “quaestiones disputatae”. Fue la primera desviación de la comunidad primitiva y reaparece, a lo largo de la historia de la Iglesia, en ediciones corregidas y renovadas. Vulgarmente se los denomina “católicos ilustrados” (por ser actualmente herederos de la Ilustración). d) La propuesta pelagiana. Aparece fundamentalmente bajo la forma de restauracionismo. Ante los males de la Iglesia se busca una solución sólo en la disciplina, en la restauración de conductas y formas superadas que, incluso culturalmente, no tienen capacidad significativa. En América Latina suele darse en pequeños grupos, en algunas nuevas Congregaciones Religiosas, en tendencias a la “seguridad” doctrinal o disciplinaria. Fundamentalmente es estática, si bien puede prometerse una dinámica hacia adentro: involuciona. Busca “recuperar” el pasado perdido. 2. El funcionalismo. Su acción en la Iglesia es paralizante. Más que con la ruta se entusiasma con la “hoja de ruta”. La concepción funcionalista no tolera el misterio, va a la eficacia. Reduce la realidad de la Iglesia a la estructura de una ONG. Lo que vale es el resultado constatable y las estadísticas. De aquí se va a todas las modalidades empresariales de Iglesia. Constituye una suerte de “teología de la prosperidad” en lo organizativo de la pastoral. 3. El clericalismo es también una tentación muy actual en Latinoamérica. Curiosamente, en la mayoría de los casos, se trata de una complicidad pecadora: el cura clericaliza y el laico le pide por favor que lo clericalice, porque en el fondo le resulta más cómodo. El fenómeno del clericalismo explica, en gran parte, la falta de adultez y de cristiana libertad en buena parte del laicado latinoamericano. O no crece (la mayoría), o se acurruca en cobertizos de ideologizaciones como las ya vistas, o en pertenencias parciales y limitadas. Existe en nuestras tierras una forma de libertad laical a través de experiencias de pueblo: el católico como pueblo. Aquí se ve una mayor autonomía, sana en general, y que se expresa fundamentalmente en la piedad popular. El capítulo de Aparecida sobre piedad popular describe con profundidad esta dimensión. La propuesta de los grupos bíblicos, de las comunidades eclesiales de base y de los Consejos pastorales va en la línea de superación del clericalismo y de un crecimiento de la responsabilidad laical. Podríamos seguir describiendo algunas otras tentaciones contra el discipulado misionero, pero creo que éstas son las más importantes y de más fuerza en este momento de América Latina y El Caribe. Algunas pautas eclesiológicas 1. El discipulado-misionero que Aparecida propuso a las Iglesias de América Latina y El Caribe es el camino que Dios quiere para este “hoy”. Toda proyección utópica (hacia el futuro) o restauracionista (hacia el pasado) no es del buen espíritu. Dios es real y se manifiesta en el “hoy”. Hacia el pasado su presencia se nos da como “memoria” de la gesta de salvación sea en su pueblo sea en cada uno de nosotros; hacia el futuro se nos da como “promesa” y esperanza. En el pasado Dios estuvo y dejó su huella: la memoria nos ayuda a encontrarlo; en el futuro sólo es promesa… y no está en los mil y un “futuribles”. El “hoy” es lo más parecido a la eternidad; más aún: el “hoy” es chispa de eternidad. En el “hoy” se juega la vida eterna. El discipulado misionero es vocación: llamado e invitación. Se da en un “hoy” pero “en tensión”. No existe el discipulado misionero estático. El discípulo misionero no puede poseerse a sí mismo, su inmanencia está en tensión hacia la trascendencia del discipulado y hacia la trascendencia de la misión. No admite la autorreferencialidad: o se refiere a Jesucristo o se refiere al pueblo a quien se debe anunciar. Sujeto que se trasciende. Sujeto proyectado hacia el encuentro: el encuentro con el Maestro (que nos unge discípulos) y el encuentro con los hombres que esperan el anuncio. Por eso, me gusta decir que la posición del discípulo misionero no es una posición de centro sino de periferias: vive tensionado hacia las periferias… incluso las de la eternidad en el encuentro con Jesucristo. En el anuncio evangélico, hablar de “periferias existenciales” des-centra, y habitualmente tenemos miedo a salir del centro. El discípulo-misionero es un des-centrado: el centro es Jesucristo, que convoca y envía. El discípulo es enviado a las periferias existenciales. 2. La Iglesia es institución pero cuando se erige en “centro” se funcionaliza y poco a poco se transforma en una ONG. Entonces, la Iglesia pretende tener luz propia y deja de ser ese “misterium lunae” del que nos hablaban los Santos Padres. Se vuelve cada vez más autorreferencial y se debilita su necesidad de ser misionera. De “Institución” se transforma en “Obra”. Deja de ser Esposa para terminar siendo Administradora; de Servidora se transforma en “Controladora”. Aparecida quiere una Iglesia Esposa, Madre, Servidora, facilitadora de la fe y no controladora de la fe. 3. En Aparecida se dan de manera relevante dos categorías pastorales que surgen de la misma originalidad del Evangelio y también pueden servirnos de pauta para evaluar el modo como vivimos eclesialmente el discipulado misionero: la cercanía y el encuentro. Ninguna de las dos es nueva, sino que conforman la manera cómo se reveló Dios en la historia. Es el “Dios cercano” a su pueblo, cercanía que llega al máximo al encarnarse. Es el Dios que sale al encuentro de su pueblo. Existen en América Latina y El Caribe pastorales “lejanas”, pastorales disciplinarias que privilegian los principios, las conductas, los procedimientos organizativos… por supuesto sin cercanía, sin ternura, sin caricia. Se ignora la “revolución de la ternura” que provocó la encarnación del Verbo. Hay pastorales planteadas con tal dosis de distancia que son incapaces de lograr el encuentro: encuentro con Jesucristo, encuentro con los hermanos. Este tipo de pastorales a lo más pueden prometer una dimensión de proselitismo pero nunca llegan a lograr ni inserción eclesial ni pertenencia eclesial. La cercanía crea comunión y pertenencia, da lugar al encuentro. La cercanía toma forma de diálogo y crea una cultura del encuentro. Una piedra de toque para calibrar la cercanía y la capacidad de encuentro de una pastoral es la homilía. ¿Qué tal son nuestras homilías? ¿Nos acercan al ejemplo de nuestro Señor, que “hablaba como quien tiene autoridad” o son meramente preceptivas, lejanas, abstractas? 4. Quien conduce la pastoral, la Misión Continental (sea programática como paradigmática), es el Obispo. El Obispo debe conducir, que no es lo mismo que mandonear. Además de señalar las grandes figuras del episcopado latinoamericano que todos conocemos quisiera añadir aquí algunas líneas sobre el perfil del Obispo que ya dije a los Nuncios en la reunión que tuvimos en Roma. Los Obispos han de ser Pastores, cercanos a la gente, padres y hermanos, con mucha mansedumbre; pacientes y misericordiosos. Hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza exterior como simplicidad y austeridad de vida. Hombres que no tengan “psicología de príncipes”. Hombres que no sean ambiciosos y que sean esposos de una Iglesia sin estar a la expectativa de otra. Hombres capaces de estar velando sobre el rebaño que les ha sido confiado y cuidando todo aquello que lo mantiene unido: vigilar sobre su pueblo con atención sobre los eventuales peligros que lo amenacen, pero sobre todo para cuidar la esperanza: que haya sol y luz en los corazones. Hombres capaces de sostener con amor y paciencia los pasos de Dios en su pueblo. Y el sitio del Obispo para estar con su pueblo es triple: o delante para indicar el camino, o en medio para mantenerlo unido y neutralizar los desbandes, o detrás para evitar que alguno se quede rezagado, pero también, y fundamentalmente, porque el rebaño mismo también tiene su olfato para encontrar nuevos caminos.” La #JMJRIO2013 supone un gran desafío para los jóvenes que participaron, para los jóvenes que se quedaron y se sintieron cerca a través de los medios de comunicación y, sobre todo, para una Iglesia latinoamericana que quiera vivir la conversión pastoral en el marco de la Nueva Evangelización. Tiempos interesantes se nos aproximan… de mucho “lío” eclesial (Artículo publicado en Padre Fabián)
 
 

ECOS DE LA JORNADA MUNDIAL DE JÓVENES RIO 2013

 
 
 
Palpitando la #JMJ #RIO2013 (03)

Hoy el Papa celebró en el Santuario de Aparecida. Su homilía la pueden leer completa aquí. Presentó tres sencillas actitudes que nos ayudan a ser “artífices de una nación y de un mundo más justo, solidario y fraterno”. Un breve resumen: 1. Mantener la esperanza. (…) Ante el desaliento que podría haber en la vida, en quien trabaja en la evangelización o en aquellos que se esfuerzan por vivir la fe como padres y madres de familia, quisiera decirles con fuerza: Tengan siempre en el corazón esta certeza: Dios camina a su lado, en ningún momento los abandona. Nunca perdamos la esperanza. Jamás la apaguemos en nuestro corazón. El «dragón», el mal, existe en nuestra historia, pero no es el más fuerte. (…) Tengamos una visión positiva de la realidad. Demos aliento a la generosidad que caracteriza a los jóvenes, ayudémoslos a ser protagonistas de la construcción de un mundo mejor: son un motor poderoso para la Iglesia y para la sociedad. Ellos no sólo necesitan cosas. Necesitan sobre todo que se les propongan esos valores inmateriales que son el corazón espiritual de un pueblo, la memoria de un pueblo. 2. La segunda actitud: dejarse sorprender por Dios. Quien es hombre, mujer de esperanza —la gran esperanza que nos da la fe— sabe que Dios actúa y nos sorprende también en medio de las dificultades. (…) Dios guarda lo mejor para nosotros. Pero pide que nos dejemos sorprender por su amor, que acojamos sus sorpresas. Confiemos en Dios. Alejados de él, el vino de la alegría, el vino de la esperanza, se agota. Si nos acercamos a él, si permanecemos con él, lo que parece agua fría, lo que es dificultad, lo que es pecado, se transforma en vino nuevo de amistad con él. 3. La tercera actitud: vivir con alegría. Queridos amigos, si caminamos en la esperanza, dejándonos sorprender por el vino nuevo que nos ofrece Jesús, ya hay alegría en nuestro corazón y no podemos dejar de ser testigos de esta alegría. El cristiano es alegre, nunca triste. Dios nos acompaña. (…) El cristiano no puede ser pesimista. No tiene el aspecto de quien parece estar de luto perpetuo. Si estamos verdaderamente enamorados de Cristo y sentimos cuánto nos ama, nuestro corazón se «inflamará» de tanta alegría que contagiará a cuantos viven a nuestro alrededor. Fotos de nuestros peregrinos (robadas del Face… ¿deberé confesarme?). La Comunidad Convivencia con Dios dijo presente. De la página de Luzmaria Geminiani Saad, peregrina del norte de nuestra Arquidiócesis, de la ciudad de La paz. (Artículo publicado en Padre Fabián)
 
 

sábado, 15 de junio de 2013

INTRODUCCIÓN DEL TALLER PARA LAICOS EN EL AÑO DE LA FE

En el Año de la Fe Primavera Transfigurista les comparte este insumo de formación Laical de los Hermanos Religiosos Claretianos de Castilla España - Para Poder Profundizar nuestro Verdadero Rol de Cristiano Laico Comprometido.

Ciudadanos del mundo

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Equipo de Formación de Laicos (Claretianos - Castilla)

Los laicos son aquellos cuyo ser cristiano y cuyas responsabilidades están "metidos" en la vida y en la trama del mundo. El mundo es lugar donde tiene que ser cristiano, tomando sobre sí las responsabilidades de la vida de los hombres de su tiempo y de las estructuras de la sociedad. Viven la experiencia de las rápidas y profundas transformaciones de la vida social, de sus esperanzas y angustias, de su progreso y de sus desequilibrios y de la repercusión que todo esto tiene sobre la fe y la vida eclesial.
La fe de los laicos comprometidos en el mundo no puede desoir el desafío que le viene de las diversas formas de ateísmo teórico y práctico; de ciertas esperanzas que no dejan espacio para los valores espirituales; de la atmósfera de secularismo; de esa actitud científico-técnica que no cree más que en lo experimentable y demostrable; del sufrimiento humano y de la injusticia; del consumismo, que hace difícil el anuncio de un Dios "inútil" que se regala a los hombres. Estos retos ponen en crisis los valores espirituales, pero también aguijonean para que los cristianos renueven su forma de pensar y actuar, y para meterse en el drama del hombre, intentando desde el diálogo y la apertura, ayudar a tomar conciencia de la necesidad adormecida de un Dios que libera y da sentido a la existencia.
Las características de esta espiritualidad serán desarroladas en un posterior tema. Señalemos simplemente que para dar respuesta a todos esos retos es necesario asumir todos los valores que signifiquen autenticidad, fraternidad, solidaridad humana, justicia, amor, comunión, paz, etc... desde una perspectiva profética. Cristo asumiô todos esos valores, salvándolos de sus límites. La Iglesia, nosotros, prosigue esta obra en el tiempo.

PARA PENSAR Y DIALOGAR

  1. ¿Cuáles son las necesidades más urgentes del hombre de la calle? ¿Cómo les podemos dar respuesta?
  2. Describir en un esquema qué se entiende por espiritualidad laical partiendo de este tema.


PARA ORAR

  1. Intenta "hoy" hacer a solas una lectura meditada. Escoge un pasaje bíblico, por ejemplo del Evangelio de Jn (podría servir también el periódico del día u otro libro de algún autor espiritual). Selecciona y prepara el lugar donde vas a meditar. Comienza pidiendo la ayuda del Espíritu. Lee despacio. Muy despacio. Cada vez que una linea te choque, deja de leer. Intenta hacerla tuya. Ilumina con ella un trozo de tu vida. Salta desde ella a la súplica, el agradecimiento o la alabanza. No intentes leer mucho. En cuanto encuentres algo que responder o decir al Señor, déjala.
  2. Escúchate "hay" a ti mismo. Sí. Examina si estás alegre o triste; abrumado de trabajo o descansado. Lleno de ganas de hacer algo por Dios o desganado. Apoyado por otros o desanimado y hasta perseguido por todos. ¿Qué texto de la escritura "escucharías" hoy? Búscalo y ponte a la escucha.
  3. Ponte "hoy" a la escucha del Señor a través del Magisterio de su Iglesia. Algo habrás leído u oído últimamente que preocupa a la Jerarquía. Aunque no tengas delante un documento concreto, examina cómo andas tú en este tipo de escucha. Ora desde este sentimiento. Ora desde las necesidades de la Iglesia, de tu Parroquia, del Tercer Mundo...
  4. ¿Y si el otro, el prójimo, es Jesús entre nosotros, cómo escuchas a los que están a tu lado? Dios te habla también a través de ellos: de sus ilusiones, de sus problemas, de sus carencias o vivencias de fe... Preocúpate "hoy" de escuchar a la gente, en tu misma casa, en el trabajo... Párate, "pierde el tiempo" con ellos. Si orar es abrir tu puerta a Dios, también lo será abrírsela a tus hermanos. Sobretodo a los niños, a los solos..
  5. "¡Cuántas veces el ángel me decía: alma, asómate a la ventana: verás con cuánto amor entrar porfía. Y cuántas, hermosura soberana, mañana le abriremos, respondía, para lo mismo responder mañana" (LOPE DE VEGA)
 

TALLER DE FORMACIÓN LAICAL EN EL AÑO DE LA FE. 2013

Claves generales de la Espiritualidad Laical IV

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Equipo de Formación de Laicos (Claretianos - Castilla)
La espiritualidad no es rutina, es Éxodo: camino, proceso, desinstalación, fe en la Promesa que reconoce los signos de los tiempos y que alimenta cada día el compromiso de seguir más lejos, de descubrir otros caminos para el hombre nuevo.
Este dinamismo no fluye en su origen de nosotros; no es fruto de una programación o técnica de los laicos. Es gracia de Dios, regalo del Espíritu enviado a nuestros corazones por el Padre y el Hijo.
Es el Espíritu quien nos levanta la mirada hacia Dios y clama en nosotros: ; Padre!. Es el Espíritu quien nos empuja al seguimiento y unión con Jesús; es El quien nos lleva al compromiso y nos sostiene en la tarea de extender el reino de Dios. El es la fuerza que nos impulsa y la fuente viva que nos alimenta y-calma la sed. El fortalece, alegra y envía la Comunidad de discípulos reunidos en oración con María, la Madre (Act. 1,14.2,14-24). Y llena el corazón de los que escuchan y cumplen la Palabra. Es el alma de la liturgia, de la caridad, de la justicia, de la pobreza.
La persona que se abre al espíritu está urgida por la Caridad. Es creativa, emprendedora, fuerte. La ausencia del Espiritu produce efectos contrarios en el creyente.
S. Antonio Mª Claret, en la madurez de su vida espiritual, repite el símil del compás para expresar el doble fundamento de la Acción del Espíritu en el creyente: estar centrado en Dios, y desde Dios proyectarse hacia fuera. Nos dice:

    “Me figuré que mi alma y mi cuerpo son como las dos puntas de un compás; mi alma como una punta, está fija en Jesús, que es mi centro, y que mi cuerpo, como la otra punta del compás, está describiendo el círculo de mis atribuciones y obligaciones con toda perfección en la tierra y de la eternidad en el cielo
(Escritos autobiográficos y Espirituales. BAC. Madrid 1959. pag. 572).
PARA PENSAR Y DIALOGAR
¿Qué dificultades tienes para ser “fermento activo” en tu ambiente? Descríbelas. Posibles soluciones. 
Comparte con los hermanos del grupo.

TALLER FORMACIÓN LAICAL EN EL AÑO DE LA FE.

Claves generales de la Espiritualidad Laical III

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Equipo de Formación de Laicos (Claretianos - Castilla)
La persona es trascendencia: abierta al diálogo con Dios, padece y asimila el tiempo y la eternidad, lo que pasa y lo que queda. No queda aprisionada en los límites del espacio y del tiempo. Es habitación y hogar con ventanas abiertas.

La persona es también, a la vez, inmanencia: vive en unas circunstancias espacio-temporales concretas, en una cultura y pueblo concretos. El hombre es ciudadano del mundo, da y recibe, con cuerpo, con herencia genética, en un pueblo de historia y valores propios.
La espiritualidad del laico integra las dos dimensiones; las equilibra como el signo de la Cruz: diálogo filial con Dios, palo vertical; servicio desinteresado al prójimo, palo horizontal.

En su vida espiritual se funden en perfecta unidad todas las dimensiones de su existencia: inserción en el mundo, responsabilidades y tareas temporales, amor y familia, oración, vida sacramental... como expresiones inseparables de la realidad única del amor con que ama a Dios y a sus semejantes.

PARA PENSAR Y DIALOGAR

1. ¿Están equilibradas en tu vida la oración y la acción? Una anula la otra o se complementan?

TALLER DE FORMACIÓN LAICAL

Claves generales de la Espiritualidad Laical II

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Equipo de Formación de Laicos (Claretianos - Castilla) - Martes 23 de Mayo del 2006
La vida según el espíritu es un proceso de humanización. Dios nos ha hecho a su imagen; el hombre cuando se endiosa, se deshumaniza. Dios sale en nuestra ayuda, nos recrea en Jesús, imagen de Dios e imagen del hombre nuevo lleno dei Espíritu de la Verdad prometido y enviado por Jesús.

Nuestro crecimiento humano es ante todo crecimiento en lo más genuino de la imagen de Dios en nosotros: el amor. Sólo amando podemos realizarnos como personas. El Espíritu, al regalarnos con el mismo amor con que Dios ama, desarrolla nuestras posibilidades de amar hasta divinizarnos: llegamos a ser hijos en el Hijo, comunidad de discípulos y hermanos de los enemigos.

La vida según el Espíritu es, ante todo, una vida en el amor. la vida según la "carne" es negación de amor, negación de Dios. es egoísmo, perpetuo infantilismo.
El amor hace personas de espiritualidad integrada, equilibradas en la contemplación y en la acción, capaces de darse sin poseer ni esclavizar, desprendidas de sí mismas, libres y alegres por el espíritu que les permite poner el corazón en los tesoros del Reino, capaces de sacrificarlo todo porque han reconocido a Jesús en el hambriento, y le dan de comer, en el sediento, y le dan de beber... (Mt 25,31-46). El Espíritu ha hecho todo de la nada en comunión con el Padre y el Hijo. El Espíritu ha fecundado las entrañas de María y la "Palabra" se hizo carne, historia, naturaleza humana... Este Espíritu reconocido y acogido por los laicos les guía hacia su madurez humana porque los verdaderos carismas humanizan: liberan, unen, sirven... los falsos carismas fanatizan, dividen, condenan.
 
PARA PENSAR Y DIALOGAR

1. ¿Cómo te humaniza y te hace más persona la acción del espíritu y tu respuesta?.. Describe actitudes, liberaciones, relaciones nuevas...

TALLER PARA LAICOS EN EL AÑO DE LA FE.

Claves generales de la Espiritualidad Laical

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Equipo de Formación de Laicos (Claretianos - Castilla)

La existencia cristiana del laico tiene tres ejes coordinados y simultáneos:

a) Vocación: Dios toma la iniciativa; como en la Biblia, irrumpe en la vida del creyente: una experiencia de vida o de muerte, una situación de sufrimiento, ámbitos de marginación, una existencia coherente de cristiano conocido, un texto del Evangelio... Dios se vale de muchos medios. Lo cierto es que aceptar libre y conscientemente el Bautismo es comenzar un éxodo trocacional, hasta la madurez en Cristo.

b) Misión: Llamados a prolongar la misión de Jesús: "Los ciegos ven, los cojos andan... los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Noticia" (Lc 7,18-23). La circunstancia de esta misión es el mundo, lo secular: todo lo que hace - el hombre . inteligente y libre natural al hombre. E1 hacer sigue al ser.

c) Carisma: don del Espíritu, cualidad espiritual que capacita para el compromiso de la vocación y de la misión.

La espiritualidad, vivencia consciente de los carismas, unifica todo lo que es laico es: vocacionado y regalado por el Espiritu; y todo lo que el laico hace: fermento en medio de la masa, testigo del Resucitado, profeta, comprometido por la causa de la justicia (Cfr. Christifideles Laici,14).

La espiritualidad del laico engloba las exigencias del estado de vida, el compromiso de animación cristiana (ministerio de sacerdocio común, profecía, liberación del pecado), la acción transformadora del mundo, el trabajo y el ejercicio de la profesión. Lo nuevo: frente al dominio, el servicio; frente al lucro y beneficio, el desprendimiento del compartir.
 

PARA PENSAR Y DIALOGAR


Describe los signos de tu vocación laical, con realismo. Describe el ámbito del compromiso al que te sientes impulsado (misión). Y qué dones del espíritu has recibido (carisma).

 

 

EVANGELIO DEL DOMINGO.

Comentario Enviado por el Sacerdote - Presbítero Carmelo Hernández desde Tenerife España.
 
 

La Mirada De Jesús y Nuestras Miradas

2Sam. 12, 7-10.13; Sal. 31; Gál. 2, 16.19-21; Lc. 7, 36-8, 3
La mirada de Jesús y nuestras miradas. Vemos una diferencia grande entre la mirada de Jesús y la mirada de aquel fariseo que lo había invitado a comer, como la mirada de los otros convidados después de todo lo sucedido. ¿Y nuestra mirada a cuál se parecerá más?
Es el primer pensamiento en la reflexión que me hago en torno a este evangelio que hoy se nos ha proclamado. Tal como comienza el relato no parece ser sino otra comida en la que han invitado a Jesús, como sucede en otras ocasiones. Pero ya en otras ocasiones ha sido motivo para que Jesús nos dejara hermosos mensajes. Recordemos cuando los invitados se daban de codazos por conseguir los mejores puestos en torno a la mesa y cómo nos dice Jesús que ese no ha de ser nuestro estilo, ni el de estarnos peleando por puestos principales, ni el de simplemente invitar a los amigos y a quienes pudieran correspondernos invitándonos a su vez a nosotros.
Hoy las cosas van a ir por otro camino. Una vez que estaban recostados en torno a la mesa, según costumbre y estilo de la época, ‘una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba Jesús comiendo en casa del fariseo vino con un frasco de perfume y colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume’.
Allí está Simón, el fariseo que lo había invitado, nervioso y observando cuanto sucedía. No se atreve a decir nada pero su mirada lo dice todo. No se atreve a decir nada pero allá está pensando en su interior. ¡Cómo se atreve esta pecadora! ¡Cómo lo permite Jesús si es una pecadora! ‘Si éste fuera profeta… - ¿están aflorando sus dudas? ¿serán sus sospechas maliciosas? ¿serán los juicios ya condenatorios de antemano? - si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora’.
No lo olvidemos era un fariseo y según sus puritanas ideas aquella mujer pecadora está contaminando con su impureza todo cuanto toque; no olvidemos cuantas purificaciones se hacían cuando llegaban de la plaza, aunque ahora ni agua había ofrecido a Jesús. Allí estaba brotando por sus ojos la malicia de su corazón que no es capaz de ver algo más hondo en cuanto estaba sucediendo.
Pero la mirada de Jesús era distinta porque estaba viendo lo que realmente había en el corazón de aquella mujer. Quien nos estaba enseñando que Dios es compasivo y misericordioso y nos pedía que fuésemos nosotros compasivos como compasivo y misericordioso es Dios, estaba mostrándonos ahora ese rostro misericordioso de Dios.
Jesús que conoce cuanto sucede en nuestro corazón, conociendo cuanto estaba pasando por el corazón y el pensamiento de quien lo había invitado a comer le propone una breve parábola. La hemos escuchado. ‘Un prestamista que tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y otro cincuenta. Y como  no tenían con qué pagar los perdonó a los dos. ¿cuál de los dos lo amará más?’ La respuesta salió lógica de la boca del fariseo. ‘Supongo que aquel a quien le perdonó más’.
Y ahora Jesús se vuelve hacia aquella mujer. Aquella mujer que solo llora en silencio. No le escuchamos ninguna palabra. Aquella mujer que no había buscado puestos especiales, sino se había puesto en el lugar de los sirvientes, postrada detrás a los pies de Jesús, y realizando aquello que quizá a través de sus sirvientes Simón le tenía que haber ofrecido a Jesús en el nombre de la hospitalidad. No lo había hecho Simón; lo estaba haciendo aquella mujer a quien el fariseo consideraba indigna, pero que en la enseñanza de Jesús sería la primera, porque había aprendido a ponerse en el ultimo lugar, a ocupar el lugar de los que sirven.
Allí estaba Jesús, el Maestro y el Señor; el que viene a levantar y a redimir le está devolviendo la dignidad a aquella mujer; el que sabe valorar cuanto amor hay en el corazón de aquella mujer que aunque muy pecadora, sin embargo había sido capaz de amar mucho.  ‘Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor’.  ¡Qué hermosa la mirada de Jesús! ¡Qué grande es el corazón de Cristo! ‘Tus pecados están perdonados’, le dice a aquella mujer.
Pero todavía hay por allí algunos que siguen con la mirada de la desconfianza, de la incredulidad, del juicio y la condena que no entienden de misericordia y de perdón.  ‘Los demás convidados comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste que hasta perdona pecados?’ La cerrazón de sus corazones les impide abrir los ojos para descubrir el amor, para descubrir el rostro misericordioso de Dios que allí se está manifestando.
Y como nos preguntábamos ya desde el principio ¿cuál es nuestra mirada? Seguro que ahora diremos que nuestra mirada tiene que ser como la de Jesús. Ojalá aprendamos la lección y aprendamos a mirar con una mirada como la de Jesús, porque tenemos que reconocer que no ha sido así muchas veces en nuestra vida. Seamos sinceros ¿cómo miramos habitualmente a los demás?
Con cuánta desconfianza miramos tantas veces a los que nos rodean; cuántas veces aparece esa desconfianza o hasta esa sospecha ante quien pueda aparecer de manera inesperada en nuestra vida; cuántas veces seguimos marcando con el sambenito de la duda y de la culpa a quien en un momento quizá tuvo un tropiezo en su vida e hizo quizá lo que no era bueno, y nosotros seguimos desconfiando y pensando que sigue siendo igual; cuánto  nos cuesta dar una oportunidad al caído para levantarse y redimirse. Quizá hasta tenemos miedo de tocar con nuestra mano a aquel pobre a quien vamos a dar una limosna o no me quiero mezclar con aquellos que tienen tan mala apariencia.
Qué fácil nos es acusar y condenar con nuestro juicio y con nuestra crítica a cualquiera que se cruce en nuestra vida porque quizá nos cae mal o no nos es tan simpático o tiene mala presencia. Muchas veces tomamos posturas distantes ante los que nos parece que no son de los nuestros o tienen otra manera de pensar y con ellos no queremos hacer migas. Cómo nos cuesta perdonar a quien nos haya podido molestar en un momento determinado y cómo se guardan los rencores y los resentimientos. Cómo seguimos pensando que aquella persona no puede cambiar y no le damos una oportunidad ni le tendemos la mano para ayudarla a levantarse.
Jesús no le preguntó a la mujer ni le echó en cara por qué había caído en aquella situación de pecado. La mirada de Jesús fue una mirada llena de amor, una mirada que era como una mano tendida para levantarse, para darle como un plus de confianza, para hacerle sentir que su vida podía ser distinta, para que comenzara una nueva vida, para que comenzara a valorarse dentro de sí misma. La mirada de Jesús era una mirada de amor y de paz que inundaría de ese amor y de esa paz el corazón de aquella mujer.
Es la mirada que tenemos nosotros que aprender a tener para dar confianza, para despertar esperanza, para llenar de paz los corazones, para que en verdad se sientan perdonados y transformados, para que puedan valorarse a sí mismos creyendo que pueden comenzar una vida nueva; somos nosotros los que ahora tenemos que ir mostrando con nuestro amor, con nuestra comprensión, con nuestro corazón lleno de misericordia y amor el corazón misericordioso de Dios.
¿Cambiará nuestra mirada, la forma de acercarnos y de amar a los demás?

Comentario al Evangelio del Domingo 16 de Junio del 2013

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José María Vegas, cmf
El perdón y la deuda del amor
Solemos considerar el perdón como un deber cristiano, basado en el perdón que recibimos de Dios. Pensamos también que, mientras que al Dios todopoderoso el perdón debe resultarle fácil, a nosotros, al menos a veces, nos resulta extraordinariamente difícil, si no imposible. En este modo de pensar el perdón (fácil) de Dios se da casi por descontado, con sólo cumplir ciertas condiciones; mientras que el perdonar nosotros se nos antoja un deber cuesta arriba, de difícl cumplimiento. El hecho de que los sentimientos negativos que acompañan a la ofensa recibida no desaparezcan enseguida, sino que tengan una cierta inercia temporal, aunque exista la voluntad de perdón, hace que muchos digan: “yo quisiera perdonar, pero no puedo”.
La Palabra hoy pone de relieve el perdón, pero no desde nuestra perspectiva (el perdón “a los que nos ofenden”, como decimos en el Padrenuestro), sino desde la perspectiva de Dios. Y es que, realmente, sin tener en cuenta ese perdón de Dios hacia nosotros, considerado detenidamente, es imposible entender el perdón a los que nos han ofendido. Y la consideración de este perdón de Dios, a la luz de la Palabra que nos ilumina hoy, nos ayuda a deshacer algún equívoco en la comprensión y en la experiencia de este don extraordinario.
El perdón es una posibilidad nueva, pues no se cuenta entre las variables normalmente consideradas en situación de conflicto. La ofensa, el daño, la injusticia “claman al cielo” pidiendo reparación y venganza. Existe una dinámica perversa que multiplica los efectos de esa negatividad, hasta hacer de ella una fuerza destructiva no sólo del ofensor, sino también del ofendido, pues en esta dinámica se alcanza con facilidad un punto álgido en el que ya no es posible discernir al ofensor del ofendido. El mal llama al mal, la violencia a la violencia, la ofensa a la respuesta adecuada, y, de este modo, todos acaban resultando ofensores y ofendidos. Sólo el perdón es capaz de romper esta dinámica diabólica y destructiva. Pero, ¿de dónde recabar la fuerza para detener esa tempestad de malos sentimientos?
En el Antiguo Testamento el perdón de Dios como reacción a los pecados del pueblo aparece siempre como por sorpresa, como una decisión casi ilógica ante una situación que pide castigo y destrucción. El perdón resulta ser una posibilidad “nueva”, inesperada, con la novedad del que “en el principio creó los cielos y la tierra” (Gen 1,1), del que hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5). El perdón es una manifestación del poder creador de Dios, capaz de sacar toda la riqueza del ser de la nada, y de recrear la bondad de lo creado, cuando en ella comparece el misterio del mal que es el pecado. Si el perdón es un poder creador y recreador, sólo se puede entender de verdad como algo en último término procedente de Dios.
El primer rasgo que descubrimos en este poder divino es su carácter gratuito y sin condiciones, en paralelo a la gratuidad de la creación de la nada. No es cierto que el perdón sea algo que Dios concede “a condición” de que se cumplan ciertos requisitos. En el texto del libro de Samuel, el profeta Natán acusa abiertamente a David de su terrible pecado, y éste reacciona reconociéndolo. Pero no es el reconocimiento la causa del perdón. El profeta no le dice al arrepentido David, “ya que has reconocido tu pecado, el Señor te perdona”, sino “el Señor yaha perdonado tu pecado”. El “he pecado contra el Señor” no es condición del perdón sino sólo la expresión de su acogida. Así como el pecado sólo es posible donde hay libertad, el perdón incondicional de Dios puede ser libremente acogido o rechazado por el hombre.
Al reconocer el propio pecado nos abrimos al poder del perdón ya otorgado, que nos sana y recrea. No es ése un reconocimiento fácil. Mirarse con realismo, y nombrar las propias sombras, los defectos, las malas ideas, intenciones y acciones requiere mucho valor. Y más aún si alguien, ejerciendo de profeta, nos denuncia. Ahí lo fácil es mirar para otro lado, o responder buscando excusas, o acusando a otros, a la sociedad, al inconsciente o al mismo profeta (“¿quién se habrá creído éste?”, solemos decir). De todos es sabido que el alcohólico y el drogadicto no ingresan en el camino de la rehabilitación hasta que no se dicen a sí mismos “soy un alcohólico, un drogadicto”. Lo mismo ocurre con los demás pecados. Y el pecado existe. Es inútil que pretendamos escabullirnos, declarando su inexistencia, como si fuera verdad ese subjetivismo barato que pretende que “cada uno hace lo que a él le parece bien”. Cuando la verdad es que a diario hacemos con los ojos abiertos lo que a nosotros mismos nos parece mal. Para comprobar la estafa de ese burdo subjetivismo (que nos predican machaconamente algunos periodistas, políticos y hasta pedagogos) basta con ver cómo esos mismos predicadores y todos nosotros estamos prontos a acusar a los demás de los más variados pecados (aunque evitando cuidadosamente esa molesta palabra) personales, sociales o económicos. Tal vez nunca antes en la historia se hizo una profesión tan amplia de tolerancia moral, al tiempo que se van multiplicando las actitudes de “tolerancia cero” hacia ciertos comportamientos, tratando de corregir los efectos perversos de esta cultura sin pecado.
Si, pues, reconocemos con más o menos eufemismos, la realidad del mal y del pecado, ¿no deberíamos estar dispuestos a reconocerlo en nosotros mismos, con el coraje de confesar que no somos perfectos ni del todo buenos? Porque cuando lo hacemos así, sobre todo cuando acudimos al sacramento de la reconciliación, estamos abriéndonos a esa posibilidad sorpresiva, gratuita, inmerecida, pero recreadora y nueva que es el perdón.
Posiblemente no haya peor pecado que el declararse libre de ellos, al tiempo que se acusa sin misericordia a los demás. Es el caso del anfitrión de Jesús, el fariseo Simón. El que incluso se indique su nombre habla de una cierta familiaridad con Jesús, del que se sentía discípulo ya que lo reconocía como Maestro. Pero Simón es de esos discípulos asentados en la seguridad de ser “buena persona”, gente de principios y, por tanto, muy dado a marcar distancias con los pecadores “oficiales”, como “esa” mujer. La cuestión es que, grandes o pequeños, socialmente visibles o celosamente encubiertos por nuestro estatus social, cada uno ha de reconocer ante Dios sus propios pecados, sus debilidades, su imperfección y, en el fondo, la necesidad que tiene de la misericordia y el amor del Dios, que nos ha creado sin nosotros, y el único que nos puede salvar, pero no sin nosotros, como recuerda san Agustín. Nuestro discipulado y nuestra amistad con Jesús pueden reducirse a un trato correcto y formal, pero en el que nuestro corazón permanece cerrado. Abrimos las puertas de nuestra casa a Jesús, pero no le permitimos que entre de verdad en nuestra vida, no nos consideramos necesitados de salvación, tal vez porque consideramos que la tenemos garantizada como un derecho, ya que somos tan buenas personas.
Todo lo contrario sucede con la pecadora pública de aquella ciudad. En sus muestras de arrepentimiento se expresan todos los gestos de bienvenida propios de la cultura oriental: el agua para lavar los pies del polvo del camino, el beso de acogida, el perfume en la cabeza. Jesús le recuerda al fariseo Simón quién lo ha acogido de corazón y no sólo de modo formal.
En el tenor del texto se puede dar el malentendido de pensar que la mujer obtiene el perdónporque muestra mucho amor. Esto estaría en contradicción con lo dicho sobre David, pero también en la pequeña parábola con la que Jesús corrige a Simón: muestra más amor el deudor al que más se le ha perdonado. No es que la mujer obtenga el perdón a causa del mucho amor que muestra, sino que, por el contrario, muestra mucho amor porque se le ha perdonado mucho. El perdón incondicional ya otorgado entra en nosotros sanándonos si lo aceptamos y nos abrimos a él; y la sanación se expresa en la gratitud y el amor. El perdón de los grandes pecados y de los aparentemente pequeños nos da un corazón nuevo. Sólo cuando hemos experimentado la gratuidad de un amor que nos perdona y regenera podemos estar en disposición de perdonar nosotros: “perdona nuestras ofensas para que podamos perdonar a los que nos han ofendido”, así se puede entender la petición del Padrenuestro.
¿Es verdad que, mientras que a nosotros el perdón nos cuesta lágrimas y sangre, a Dios le resulta muy fácil? Podemos tratar de entenderlo atendiendo a lo que Él nos ha revelado de sí mismo. Y, según esa revelación, sabemos que el perdón de Dios es un don gratuito, pero no “barato”. Como dijo el teólogo luterano Bonhoeffer, existe un “precio de la gracia”. La gracia (que incluye el perdón) es eso, gracia, don; pero no banal ni barata: “habéis sido adquiridos a gran pre­cio” (1 Cor 6, 20), y lo que le ha costado caro a Dios no debe resultarnos barato a nosotros.
De este alto precio nos habla hoy Pablo, con un exquisito sentido personal que cada uno puede aplicarse a sí mismo: “me amó hasta entregarse por mí”. La muerte de Cristo es el precio que Dios ha pagado por nuestra reconciliación. Si en ocasiones perdonar nos cuesta lágrimas y hasta sangre, pensemos que el perdón que recibimos de Dios gratuitamente no es una mercancía barata, que se puede dar por descontada. Es gratis, sí, pero es cara. “Caro” es lo que cuesta mucho, pero también lo que es muy querido, lo que más valor tiene. Si Dios ha entregado por nosotros lo más querido (a su propio Hijo), podemos entender hasta qué punto le somos caros, hasta qué punto nos ama. El amor que Dios nos tiene, que se traduce en su voluntad de perdón, es lo más valioso que hay en nuestra vida, nuestra posibilidad más alta, lo que nos ayuda a ser nosotros mismos, rehabilitando nuestra dignidad dañada por el pecado. Dios ha pagado un alto precio para hacernos este regalo. ¿No habremos nosotros de responderle abriéndole de par en par las puertas de nuestra casa, con un corazón agradecido, que muestra mucho amor y derrama gratuitamente sobre los demás, como un perfume de suave olor, lo que ha recibido gratis?