sábado, 15 de junio de 2013

INTRODUCCIÓN DEL TALLER PARA LAICOS EN EL AÑO DE LA FE

En el Año de la Fe Primavera Transfigurista les comparte este insumo de formación Laical de los Hermanos Religiosos Claretianos de Castilla España - Para Poder Profundizar nuestro Verdadero Rol de Cristiano Laico Comprometido.

Ciudadanos del mundo

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Equipo de Formación de Laicos (Claretianos - Castilla)

Los laicos son aquellos cuyo ser cristiano y cuyas responsabilidades están "metidos" en la vida y en la trama del mundo. El mundo es lugar donde tiene que ser cristiano, tomando sobre sí las responsabilidades de la vida de los hombres de su tiempo y de las estructuras de la sociedad. Viven la experiencia de las rápidas y profundas transformaciones de la vida social, de sus esperanzas y angustias, de su progreso y de sus desequilibrios y de la repercusión que todo esto tiene sobre la fe y la vida eclesial.
La fe de los laicos comprometidos en el mundo no puede desoir el desafío que le viene de las diversas formas de ateísmo teórico y práctico; de ciertas esperanzas que no dejan espacio para los valores espirituales; de la atmósfera de secularismo; de esa actitud científico-técnica que no cree más que en lo experimentable y demostrable; del sufrimiento humano y de la injusticia; del consumismo, que hace difícil el anuncio de un Dios "inútil" que se regala a los hombres. Estos retos ponen en crisis los valores espirituales, pero también aguijonean para que los cristianos renueven su forma de pensar y actuar, y para meterse en el drama del hombre, intentando desde el diálogo y la apertura, ayudar a tomar conciencia de la necesidad adormecida de un Dios que libera y da sentido a la existencia.
Las características de esta espiritualidad serán desarroladas en un posterior tema. Señalemos simplemente que para dar respuesta a todos esos retos es necesario asumir todos los valores que signifiquen autenticidad, fraternidad, solidaridad humana, justicia, amor, comunión, paz, etc... desde una perspectiva profética. Cristo asumiô todos esos valores, salvándolos de sus límites. La Iglesia, nosotros, prosigue esta obra en el tiempo.

PARA PENSAR Y DIALOGAR

  1. ¿Cuáles son las necesidades más urgentes del hombre de la calle? ¿Cómo les podemos dar respuesta?
  2. Describir en un esquema qué se entiende por espiritualidad laical partiendo de este tema.


PARA ORAR

  1. Intenta "hoy" hacer a solas una lectura meditada. Escoge un pasaje bíblico, por ejemplo del Evangelio de Jn (podría servir también el periódico del día u otro libro de algún autor espiritual). Selecciona y prepara el lugar donde vas a meditar. Comienza pidiendo la ayuda del Espíritu. Lee despacio. Muy despacio. Cada vez que una linea te choque, deja de leer. Intenta hacerla tuya. Ilumina con ella un trozo de tu vida. Salta desde ella a la súplica, el agradecimiento o la alabanza. No intentes leer mucho. En cuanto encuentres algo que responder o decir al Señor, déjala.
  2. Escúchate "hay" a ti mismo. Sí. Examina si estás alegre o triste; abrumado de trabajo o descansado. Lleno de ganas de hacer algo por Dios o desganado. Apoyado por otros o desanimado y hasta perseguido por todos. ¿Qué texto de la escritura "escucharías" hoy? Búscalo y ponte a la escucha.
  3. Ponte "hoy" a la escucha del Señor a través del Magisterio de su Iglesia. Algo habrás leído u oído últimamente que preocupa a la Jerarquía. Aunque no tengas delante un documento concreto, examina cómo andas tú en este tipo de escucha. Ora desde este sentimiento. Ora desde las necesidades de la Iglesia, de tu Parroquia, del Tercer Mundo...
  4. ¿Y si el otro, el prójimo, es Jesús entre nosotros, cómo escuchas a los que están a tu lado? Dios te habla también a través de ellos: de sus ilusiones, de sus problemas, de sus carencias o vivencias de fe... Preocúpate "hoy" de escuchar a la gente, en tu misma casa, en el trabajo... Párate, "pierde el tiempo" con ellos. Si orar es abrir tu puerta a Dios, también lo será abrírsela a tus hermanos. Sobretodo a los niños, a los solos..
  5. "¡Cuántas veces el ángel me decía: alma, asómate a la ventana: verás con cuánto amor entrar porfía. Y cuántas, hermosura soberana, mañana le abriremos, respondía, para lo mismo responder mañana" (LOPE DE VEGA)
 

TALLER DE FORMACIÓN LAICAL EN EL AÑO DE LA FE. 2013

Claves generales de la Espiritualidad Laical IV

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Equipo de Formación de Laicos (Claretianos - Castilla)
La espiritualidad no es rutina, es Éxodo: camino, proceso, desinstalación, fe en la Promesa que reconoce los signos de los tiempos y que alimenta cada día el compromiso de seguir más lejos, de descubrir otros caminos para el hombre nuevo.
Este dinamismo no fluye en su origen de nosotros; no es fruto de una programación o técnica de los laicos. Es gracia de Dios, regalo del Espíritu enviado a nuestros corazones por el Padre y el Hijo.
Es el Espíritu quien nos levanta la mirada hacia Dios y clama en nosotros: ; Padre!. Es el Espíritu quien nos empuja al seguimiento y unión con Jesús; es El quien nos lleva al compromiso y nos sostiene en la tarea de extender el reino de Dios. El es la fuerza que nos impulsa y la fuente viva que nos alimenta y-calma la sed. El fortalece, alegra y envía la Comunidad de discípulos reunidos en oración con María, la Madre (Act. 1,14.2,14-24). Y llena el corazón de los que escuchan y cumplen la Palabra. Es el alma de la liturgia, de la caridad, de la justicia, de la pobreza.
La persona que se abre al espíritu está urgida por la Caridad. Es creativa, emprendedora, fuerte. La ausencia del Espiritu produce efectos contrarios en el creyente.
S. Antonio Mª Claret, en la madurez de su vida espiritual, repite el símil del compás para expresar el doble fundamento de la Acción del Espíritu en el creyente: estar centrado en Dios, y desde Dios proyectarse hacia fuera. Nos dice:

    “Me figuré que mi alma y mi cuerpo son como las dos puntas de un compás; mi alma como una punta, está fija en Jesús, que es mi centro, y que mi cuerpo, como la otra punta del compás, está describiendo el círculo de mis atribuciones y obligaciones con toda perfección en la tierra y de la eternidad en el cielo
(Escritos autobiográficos y Espirituales. BAC. Madrid 1959. pag. 572).
PARA PENSAR Y DIALOGAR
¿Qué dificultades tienes para ser “fermento activo” en tu ambiente? Descríbelas. Posibles soluciones. 
Comparte con los hermanos del grupo.

TALLER FORMACIÓN LAICAL EN EL AÑO DE LA FE.

Claves generales de la Espiritualidad Laical III

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Equipo de Formación de Laicos (Claretianos - Castilla)
La persona es trascendencia: abierta al diálogo con Dios, padece y asimila el tiempo y la eternidad, lo que pasa y lo que queda. No queda aprisionada en los límites del espacio y del tiempo. Es habitación y hogar con ventanas abiertas.

La persona es también, a la vez, inmanencia: vive en unas circunstancias espacio-temporales concretas, en una cultura y pueblo concretos. El hombre es ciudadano del mundo, da y recibe, con cuerpo, con herencia genética, en un pueblo de historia y valores propios.
La espiritualidad del laico integra las dos dimensiones; las equilibra como el signo de la Cruz: diálogo filial con Dios, palo vertical; servicio desinteresado al prójimo, palo horizontal.

En su vida espiritual se funden en perfecta unidad todas las dimensiones de su existencia: inserción en el mundo, responsabilidades y tareas temporales, amor y familia, oración, vida sacramental... como expresiones inseparables de la realidad única del amor con que ama a Dios y a sus semejantes.

PARA PENSAR Y DIALOGAR

1. ¿Están equilibradas en tu vida la oración y la acción? Una anula la otra o se complementan?

TALLER DE FORMACIÓN LAICAL

Claves generales de la Espiritualidad Laical II

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Equipo de Formación de Laicos (Claretianos - Castilla) - Martes 23 de Mayo del 2006
La vida según el espíritu es un proceso de humanización. Dios nos ha hecho a su imagen; el hombre cuando se endiosa, se deshumaniza. Dios sale en nuestra ayuda, nos recrea en Jesús, imagen de Dios e imagen del hombre nuevo lleno dei Espíritu de la Verdad prometido y enviado por Jesús.

Nuestro crecimiento humano es ante todo crecimiento en lo más genuino de la imagen de Dios en nosotros: el amor. Sólo amando podemos realizarnos como personas. El Espíritu, al regalarnos con el mismo amor con que Dios ama, desarrolla nuestras posibilidades de amar hasta divinizarnos: llegamos a ser hijos en el Hijo, comunidad de discípulos y hermanos de los enemigos.

La vida según el Espíritu es, ante todo, una vida en el amor. la vida según la "carne" es negación de amor, negación de Dios. es egoísmo, perpetuo infantilismo.
El amor hace personas de espiritualidad integrada, equilibradas en la contemplación y en la acción, capaces de darse sin poseer ni esclavizar, desprendidas de sí mismas, libres y alegres por el espíritu que les permite poner el corazón en los tesoros del Reino, capaces de sacrificarlo todo porque han reconocido a Jesús en el hambriento, y le dan de comer, en el sediento, y le dan de beber... (Mt 25,31-46). El Espíritu ha hecho todo de la nada en comunión con el Padre y el Hijo. El Espíritu ha fecundado las entrañas de María y la "Palabra" se hizo carne, historia, naturaleza humana... Este Espíritu reconocido y acogido por los laicos les guía hacia su madurez humana porque los verdaderos carismas humanizan: liberan, unen, sirven... los falsos carismas fanatizan, dividen, condenan.
 
PARA PENSAR Y DIALOGAR

1. ¿Cómo te humaniza y te hace más persona la acción del espíritu y tu respuesta?.. Describe actitudes, liberaciones, relaciones nuevas...

TALLER PARA LAICOS EN EL AÑO DE LA FE.

Claves generales de la Espiritualidad Laical

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Equipo de Formación de Laicos (Claretianos - Castilla)

La existencia cristiana del laico tiene tres ejes coordinados y simultáneos:

a) Vocación: Dios toma la iniciativa; como en la Biblia, irrumpe en la vida del creyente: una experiencia de vida o de muerte, una situación de sufrimiento, ámbitos de marginación, una existencia coherente de cristiano conocido, un texto del Evangelio... Dios se vale de muchos medios. Lo cierto es que aceptar libre y conscientemente el Bautismo es comenzar un éxodo trocacional, hasta la madurez en Cristo.

b) Misión: Llamados a prolongar la misión de Jesús: "Los ciegos ven, los cojos andan... los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Noticia" (Lc 7,18-23). La circunstancia de esta misión es el mundo, lo secular: todo lo que hace - el hombre . inteligente y libre natural al hombre. E1 hacer sigue al ser.

c) Carisma: don del Espíritu, cualidad espiritual que capacita para el compromiso de la vocación y de la misión.

La espiritualidad, vivencia consciente de los carismas, unifica todo lo que es laico es: vocacionado y regalado por el Espiritu; y todo lo que el laico hace: fermento en medio de la masa, testigo del Resucitado, profeta, comprometido por la causa de la justicia (Cfr. Christifideles Laici,14).

La espiritualidad del laico engloba las exigencias del estado de vida, el compromiso de animación cristiana (ministerio de sacerdocio común, profecía, liberación del pecado), la acción transformadora del mundo, el trabajo y el ejercicio de la profesión. Lo nuevo: frente al dominio, el servicio; frente al lucro y beneficio, el desprendimiento del compartir.
 

PARA PENSAR Y DIALOGAR


Describe los signos de tu vocación laical, con realismo. Describe el ámbito del compromiso al que te sientes impulsado (misión). Y qué dones del espíritu has recibido (carisma).

 

 

EVANGELIO DEL DOMINGO.

Comentario Enviado por el Sacerdote - Presbítero Carmelo Hernández desde Tenerife España.
 
 

La Mirada De Jesús y Nuestras Miradas

2Sam. 12, 7-10.13; Sal. 31; Gál. 2, 16.19-21; Lc. 7, 36-8, 3
La mirada de Jesús y nuestras miradas. Vemos una diferencia grande entre la mirada de Jesús y la mirada de aquel fariseo que lo había invitado a comer, como la mirada de los otros convidados después de todo lo sucedido. ¿Y nuestra mirada a cuál se parecerá más?
Es el primer pensamiento en la reflexión que me hago en torno a este evangelio que hoy se nos ha proclamado. Tal como comienza el relato no parece ser sino otra comida en la que han invitado a Jesús, como sucede en otras ocasiones. Pero ya en otras ocasiones ha sido motivo para que Jesús nos dejara hermosos mensajes. Recordemos cuando los invitados se daban de codazos por conseguir los mejores puestos en torno a la mesa y cómo nos dice Jesús que ese no ha de ser nuestro estilo, ni el de estarnos peleando por puestos principales, ni el de simplemente invitar a los amigos y a quienes pudieran correspondernos invitándonos a su vez a nosotros.
Hoy las cosas van a ir por otro camino. Una vez que estaban recostados en torno a la mesa, según costumbre y estilo de la época, ‘una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba Jesús comiendo en casa del fariseo vino con un frasco de perfume y colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume’.
Allí está Simón, el fariseo que lo había invitado, nervioso y observando cuanto sucedía. No se atreve a decir nada pero su mirada lo dice todo. No se atreve a decir nada pero allá está pensando en su interior. ¡Cómo se atreve esta pecadora! ¡Cómo lo permite Jesús si es una pecadora! ‘Si éste fuera profeta… - ¿están aflorando sus dudas? ¿serán sus sospechas maliciosas? ¿serán los juicios ya condenatorios de antemano? - si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora’.
No lo olvidemos era un fariseo y según sus puritanas ideas aquella mujer pecadora está contaminando con su impureza todo cuanto toque; no olvidemos cuantas purificaciones se hacían cuando llegaban de la plaza, aunque ahora ni agua había ofrecido a Jesús. Allí estaba brotando por sus ojos la malicia de su corazón que no es capaz de ver algo más hondo en cuanto estaba sucediendo.
Pero la mirada de Jesús era distinta porque estaba viendo lo que realmente había en el corazón de aquella mujer. Quien nos estaba enseñando que Dios es compasivo y misericordioso y nos pedía que fuésemos nosotros compasivos como compasivo y misericordioso es Dios, estaba mostrándonos ahora ese rostro misericordioso de Dios.
Jesús que conoce cuanto sucede en nuestro corazón, conociendo cuanto estaba pasando por el corazón y el pensamiento de quien lo había invitado a comer le propone una breve parábola. La hemos escuchado. ‘Un prestamista que tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y otro cincuenta. Y como  no tenían con qué pagar los perdonó a los dos. ¿cuál de los dos lo amará más?’ La respuesta salió lógica de la boca del fariseo. ‘Supongo que aquel a quien le perdonó más’.
Y ahora Jesús se vuelve hacia aquella mujer. Aquella mujer que solo llora en silencio. No le escuchamos ninguna palabra. Aquella mujer que no había buscado puestos especiales, sino se había puesto en el lugar de los sirvientes, postrada detrás a los pies de Jesús, y realizando aquello que quizá a través de sus sirvientes Simón le tenía que haber ofrecido a Jesús en el nombre de la hospitalidad. No lo había hecho Simón; lo estaba haciendo aquella mujer a quien el fariseo consideraba indigna, pero que en la enseñanza de Jesús sería la primera, porque había aprendido a ponerse en el ultimo lugar, a ocupar el lugar de los que sirven.
Allí estaba Jesús, el Maestro y el Señor; el que viene a levantar y a redimir le está devolviendo la dignidad a aquella mujer; el que sabe valorar cuanto amor hay en el corazón de aquella mujer que aunque muy pecadora, sin embargo había sido capaz de amar mucho.  ‘Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor’.  ¡Qué hermosa la mirada de Jesús! ¡Qué grande es el corazón de Cristo! ‘Tus pecados están perdonados’, le dice a aquella mujer.
Pero todavía hay por allí algunos que siguen con la mirada de la desconfianza, de la incredulidad, del juicio y la condena que no entienden de misericordia y de perdón.  ‘Los demás convidados comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste que hasta perdona pecados?’ La cerrazón de sus corazones les impide abrir los ojos para descubrir el amor, para descubrir el rostro misericordioso de Dios que allí se está manifestando.
Y como nos preguntábamos ya desde el principio ¿cuál es nuestra mirada? Seguro que ahora diremos que nuestra mirada tiene que ser como la de Jesús. Ojalá aprendamos la lección y aprendamos a mirar con una mirada como la de Jesús, porque tenemos que reconocer que no ha sido así muchas veces en nuestra vida. Seamos sinceros ¿cómo miramos habitualmente a los demás?
Con cuánta desconfianza miramos tantas veces a los que nos rodean; cuántas veces aparece esa desconfianza o hasta esa sospecha ante quien pueda aparecer de manera inesperada en nuestra vida; cuántas veces seguimos marcando con el sambenito de la duda y de la culpa a quien en un momento quizá tuvo un tropiezo en su vida e hizo quizá lo que no era bueno, y nosotros seguimos desconfiando y pensando que sigue siendo igual; cuánto  nos cuesta dar una oportunidad al caído para levantarse y redimirse. Quizá hasta tenemos miedo de tocar con nuestra mano a aquel pobre a quien vamos a dar una limosna o no me quiero mezclar con aquellos que tienen tan mala apariencia.
Qué fácil nos es acusar y condenar con nuestro juicio y con nuestra crítica a cualquiera que se cruce en nuestra vida porque quizá nos cae mal o no nos es tan simpático o tiene mala presencia. Muchas veces tomamos posturas distantes ante los que nos parece que no son de los nuestros o tienen otra manera de pensar y con ellos no queremos hacer migas. Cómo nos cuesta perdonar a quien nos haya podido molestar en un momento determinado y cómo se guardan los rencores y los resentimientos. Cómo seguimos pensando que aquella persona no puede cambiar y no le damos una oportunidad ni le tendemos la mano para ayudarla a levantarse.
Jesús no le preguntó a la mujer ni le echó en cara por qué había caído en aquella situación de pecado. La mirada de Jesús fue una mirada llena de amor, una mirada que era como una mano tendida para levantarse, para darle como un plus de confianza, para hacerle sentir que su vida podía ser distinta, para que comenzara una nueva vida, para que comenzara a valorarse dentro de sí misma. La mirada de Jesús era una mirada de amor y de paz que inundaría de ese amor y de esa paz el corazón de aquella mujer.
Es la mirada que tenemos nosotros que aprender a tener para dar confianza, para despertar esperanza, para llenar de paz los corazones, para que en verdad se sientan perdonados y transformados, para que puedan valorarse a sí mismos creyendo que pueden comenzar una vida nueva; somos nosotros los que ahora tenemos que ir mostrando con nuestro amor, con nuestra comprensión, con nuestro corazón lleno de misericordia y amor el corazón misericordioso de Dios.
¿Cambiará nuestra mirada, la forma de acercarnos y de amar a los demás?

Comentario al Evangelio del Domingo 16 de Junio del 2013

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José María Vegas, cmf
El perdón y la deuda del amor
Solemos considerar el perdón como un deber cristiano, basado en el perdón que recibimos de Dios. Pensamos también que, mientras que al Dios todopoderoso el perdón debe resultarle fácil, a nosotros, al menos a veces, nos resulta extraordinariamente difícil, si no imposible. En este modo de pensar el perdón (fácil) de Dios se da casi por descontado, con sólo cumplir ciertas condiciones; mientras que el perdonar nosotros se nos antoja un deber cuesta arriba, de difícl cumplimiento. El hecho de que los sentimientos negativos que acompañan a la ofensa recibida no desaparezcan enseguida, sino que tengan una cierta inercia temporal, aunque exista la voluntad de perdón, hace que muchos digan: “yo quisiera perdonar, pero no puedo”.
La Palabra hoy pone de relieve el perdón, pero no desde nuestra perspectiva (el perdón “a los que nos ofenden”, como decimos en el Padrenuestro), sino desde la perspectiva de Dios. Y es que, realmente, sin tener en cuenta ese perdón de Dios hacia nosotros, considerado detenidamente, es imposible entender el perdón a los que nos han ofendido. Y la consideración de este perdón de Dios, a la luz de la Palabra que nos ilumina hoy, nos ayuda a deshacer algún equívoco en la comprensión y en la experiencia de este don extraordinario.
El perdón es una posibilidad nueva, pues no se cuenta entre las variables normalmente consideradas en situación de conflicto. La ofensa, el daño, la injusticia “claman al cielo” pidiendo reparación y venganza. Existe una dinámica perversa que multiplica los efectos de esa negatividad, hasta hacer de ella una fuerza destructiva no sólo del ofensor, sino también del ofendido, pues en esta dinámica se alcanza con facilidad un punto álgido en el que ya no es posible discernir al ofensor del ofendido. El mal llama al mal, la violencia a la violencia, la ofensa a la respuesta adecuada, y, de este modo, todos acaban resultando ofensores y ofendidos. Sólo el perdón es capaz de romper esta dinámica diabólica y destructiva. Pero, ¿de dónde recabar la fuerza para detener esa tempestad de malos sentimientos?
En el Antiguo Testamento el perdón de Dios como reacción a los pecados del pueblo aparece siempre como por sorpresa, como una decisión casi ilógica ante una situación que pide castigo y destrucción. El perdón resulta ser una posibilidad “nueva”, inesperada, con la novedad del que “en el principio creó los cielos y la tierra” (Gen 1,1), del que hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5). El perdón es una manifestación del poder creador de Dios, capaz de sacar toda la riqueza del ser de la nada, y de recrear la bondad de lo creado, cuando en ella comparece el misterio del mal que es el pecado. Si el perdón es un poder creador y recreador, sólo se puede entender de verdad como algo en último término procedente de Dios.
El primer rasgo que descubrimos en este poder divino es su carácter gratuito y sin condiciones, en paralelo a la gratuidad de la creación de la nada. No es cierto que el perdón sea algo que Dios concede “a condición” de que se cumplan ciertos requisitos. En el texto del libro de Samuel, el profeta Natán acusa abiertamente a David de su terrible pecado, y éste reacciona reconociéndolo. Pero no es el reconocimiento la causa del perdón. El profeta no le dice al arrepentido David, “ya que has reconocido tu pecado, el Señor te perdona”, sino “el Señor yaha perdonado tu pecado”. El “he pecado contra el Señor” no es condición del perdón sino sólo la expresión de su acogida. Así como el pecado sólo es posible donde hay libertad, el perdón incondicional de Dios puede ser libremente acogido o rechazado por el hombre.
Al reconocer el propio pecado nos abrimos al poder del perdón ya otorgado, que nos sana y recrea. No es ése un reconocimiento fácil. Mirarse con realismo, y nombrar las propias sombras, los defectos, las malas ideas, intenciones y acciones requiere mucho valor. Y más aún si alguien, ejerciendo de profeta, nos denuncia. Ahí lo fácil es mirar para otro lado, o responder buscando excusas, o acusando a otros, a la sociedad, al inconsciente o al mismo profeta (“¿quién se habrá creído éste?”, solemos decir). De todos es sabido que el alcohólico y el drogadicto no ingresan en el camino de la rehabilitación hasta que no se dicen a sí mismos “soy un alcohólico, un drogadicto”. Lo mismo ocurre con los demás pecados. Y el pecado existe. Es inútil que pretendamos escabullirnos, declarando su inexistencia, como si fuera verdad ese subjetivismo barato que pretende que “cada uno hace lo que a él le parece bien”. Cuando la verdad es que a diario hacemos con los ojos abiertos lo que a nosotros mismos nos parece mal. Para comprobar la estafa de ese burdo subjetivismo (que nos predican machaconamente algunos periodistas, políticos y hasta pedagogos) basta con ver cómo esos mismos predicadores y todos nosotros estamos prontos a acusar a los demás de los más variados pecados (aunque evitando cuidadosamente esa molesta palabra) personales, sociales o económicos. Tal vez nunca antes en la historia se hizo una profesión tan amplia de tolerancia moral, al tiempo que se van multiplicando las actitudes de “tolerancia cero” hacia ciertos comportamientos, tratando de corregir los efectos perversos de esta cultura sin pecado.
Si, pues, reconocemos con más o menos eufemismos, la realidad del mal y del pecado, ¿no deberíamos estar dispuestos a reconocerlo en nosotros mismos, con el coraje de confesar que no somos perfectos ni del todo buenos? Porque cuando lo hacemos así, sobre todo cuando acudimos al sacramento de la reconciliación, estamos abriéndonos a esa posibilidad sorpresiva, gratuita, inmerecida, pero recreadora y nueva que es el perdón.
Posiblemente no haya peor pecado que el declararse libre de ellos, al tiempo que se acusa sin misericordia a los demás. Es el caso del anfitrión de Jesús, el fariseo Simón. El que incluso se indique su nombre habla de una cierta familiaridad con Jesús, del que se sentía discípulo ya que lo reconocía como Maestro. Pero Simón es de esos discípulos asentados en la seguridad de ser “buena persona”, gente de principios y, por tanto, muy dado a marcar distancias con los pecadores “oficiales”, como “esa” mujer. La cuestión es que, grandes o pequeños, socialmente visibles o celosamente encubiertos por nuestro estatus social, cada uno ha de reconocer ante Dios sus propios pecados, sus debilidades, su imperfección y, en el fondo, la necesidad que tiene de la misericordia y el amor del Dios, que nos ha creado sin nosotros, y el único que nos puede salvar, pero no sin nosotros, como recuerda san Agustín. Nuestro discipulado y nuestra amistad con Jesús pueden reducirse a un trato correcto y formal, pero en el que nuestro corazón permanece cerrado. Abrimos las puertas de nuestra casa a Jesús, pero no le permitimos que entre de verdad en nuestra vida, no nos consideramos necesitados de salvación, tal vez porque consideramos que la tenemos garantizada como un derecho, ya que somos tan buenas personas.
Todo lo contrario sucede con la pecadora pública de aquella ciudad. En sus muestras de arrepentimiento se expresan todos los gestos de bienvenida propios de la cultura oriental: el agua para lavar los pies del polvo del camino, el beso de acogida, el perfume en la cabeza. Jesús le recuerda al fariseo Simón quién lo ha acogido de corazón y no sólo de modo formal.
En el tenor del texto se puede dar el malentendido de pensar que la mujer obtiene el perdónporque muestra mucho amor. Esto estaría en contradicción con lo dicho sobre David, pero también en la pequeña parábola con la que Jesús corrige a Simón: muestra más amor el deudor al que más se le ha perdonado. No es que la mujer obtenga el perdón a causa del mucho amor que muestra, sino que, por el contrario, muestra mucho amor porque se le ha perdonado mucho. El perdón incondicional ya otorgado entra en nosotros sanándonos si lo aceptamos y nos abrimos a él; y la sanación se expresa en la gratitud y el amor. El perdón de los grandes pecados y de los aparentemente pequeños nos da un corazón nuevo. Sólo cuando hemos experimentado la gratuidad de un amor que nos perdona y regenera podemos estar en disposición de perdonar nosotros: “perdona nuestras ofensas para que podamos perdonar a los que nos han ofendido”, así se puede entender la petición del Padrenuestro.
¿Es verdad que, mientras que a nosotros el perdón nos cuesta lágrimas y sangre, a Dios le resulta muy fácil? Podemos tratar de entenderlo atendiendo a lo que Él nos ha revelado de sí mismo. Y, según esa revelación, sabemos que el perdón de Dios es un don gratuito, pero no “barato”. Como dijo el teólogo luterano Bonhoeffer, existe un “precio de la gracia”. La gracia (que incluye el perdón) es eso, gracia, don; pero no banal ni barata: “habéis sido adquiridos a gran pre­cio” (1 Cor 6, 20), y lo que le ha costado caro a Dios no debe resultarnos barato a nosotros.
De este alto precio nos habla hoy Pablo, con un exquisito sentido personal que cada uno puede aplicarse a sí mismo: “me amó hasta entregarse por mí”. La muerte de Cristo es el precio que Dios ha pagado por nuestra reconciliación. Si en ocasiones perdonar nos cuesta lágrimas y hasta sangre, pensemos que el perdón que recibimos de Dios gratuitamente no es una mercancía barata, que se puede dar por descontada. Es gratis, sí, pero es cara. “Caro” es lo que cuesta mucho, pero también lo que es muy querido, lo que más valor tiene. Si Dios ha entregado por nosotros lo más querido (a su propio Hijo), podemos entender hasta qué punto le somos caros, hasta qué punto nos ama. El amor que Dios nos tiene, que se traduce en su voluntad de perdón, es lo más valioso que hay en nuestra vida, nuestra posibilidad más alta, lo que nos ayuda a ser nosotros mismos, rehabilitando nuestra dignidad dañada por el pecado. Dios ha pagado un alto precio para hacernos este regalo. ¿No habremos nosotros de responderle abriéndole de par en par las puertas de nuestra casa, con un corazón agradecido, que muestra mucho amor y derrama gratuitamente sobre los demás, como un perfume de suave olor, lo que ha recibido gratis?