Bajando del monte
Al oír la voz del Padre, los apóstoles,
envueltos por la nube luminosa, presos de gran terror”, pero también llenos de
inefable gozo, “cayeron sobre sus rostros” y adoraron profundamente la majestad
de la Trinidad.
Posiblemente la mayor
transfiguración de sus almas se realizó en esos momentos de adoración humilde,
y de anonadamiento total. ¡Como habrán visto allí a la vez su nada y la
grandeza de Dios, y como se habrán entregado dóciles y agradecidos al influjo
de la gracia y al trabajo del Espíritu Santo!
Y su adoración llena de
asombro, de gozo y de entrega tuvo que durar bastante tiempo, si fue necesario
que el mismo Jesús, ya solo, ya vuelto a su manera corriente de ser, tuvo que
acercarse a ellos y sacudirlos, para invitarlos a bajar.
¡Pobre Pedro que quería
quedarse allí lo más posible! Y con Santiago y Juan tuvo que sentir todo el
destrozo en el alma al volver a la realidad de siempre ¡Tener que bajar!
¡Qué ordinario tiene que
aparecer este mundo después de haber contemplado la divinidad del Hijo, después
de haberse zambullido en la nube luminosa y haberse embriagado con la voz
maravillosa del Padre!
¿Habrán recordado en ese
nuevo despertar que el argumento de la conversación del Maestro transfigurado
con Moisés y Elías era su Pasión, su Muerte y Resurrección? ¡Oh, faltará mucho
para el Tabor definitivo!
Pero, a pesar de la
brusquedad del cambio, ahora están más dispuestos a aceptar la cruz en la vida
del Maestro y en sus propias vidas. Han entrado más en la mentalidad de Dios.
Saben que para resucitar es necesario morir; saben que el rescate de los
hombres se paga con la cruz. Saben que el Maestro es verdaderamente Dios y que
sia hora tendrá que reinar desde la cruz, en su segunda venida reinará en gloria.
Y aceptan entrar en el juego de Dios. Aceptan sufrir para atestiguar lo que han
visto y vivido, aceptan llegar hasta los últimos confines de la tierra para
anunciar el amor de Dios y las maravillas que les esperan a los hombres que
alcanzan la salvación; aceptan finalmente entregar sus propias vidas como el
Maestro.
Para ellos es muy claro el
doble alcance de la recomendación del Padre: “Escuchadle”: seguirán no solo sus
palabras, sino también su ejemplo.
Pedro, Santiago y Juan en
el Tabor son como nuestros representantes: llevan nuestros afanes, nuestras
limitaciones, nuestros temores… Y el Señor los habilita para sobrellevar el
escándalo de la Cruz, y los convierte en instrumentos de fe y de esperanza en
medio de los demás apóstoles y entre todos los discípulos. Más aún que los
otros apóstoles ellos se nos presentan como un símbolo de conversión, de
fidelidad, de contemplación y de vida apostólica llevada hasta el martirio. De
allí que la Obra de la Transfiguración, junto con Moisés y Elías considera a Pedro,
Juan y Santiago como sus principales Santos Protectores y los invoca con
especial devoción.