viernes, 27 de enero de 2012

HOMILÍA DEL DOMINGO 29 DE ENERO 2012

MATERIAL ENVIADO DESDE TENERIFE ESPAÑA - POR EL PADRE CARMELO HERNÁNDEZ.

La victoria jubilosa de Jesús sobreel mal que también nosotros hemos de comunicar a los demás

Deut. 18, 15-20; Sal. 94; 1Cor. 7, 32-35; Mc. 1, 21-28

Jesús había comenzado a recorrer Galilea anunciando laBuena Noticia de que llegaba el Reino de Dios. Los primeros discípulos habíancomenzado a seguirle y a la invitación de que todo había de cambiar y eranecesario creer en Jesús y en la Buena Nueva que anunciaba algunos ya habíancomenzado a dejarlo todo para seguirle. Recordamos el pasado domingo a Simón Pedroy Andrés, a Santiago y a Juan que habían dejado redes y barcas para hacerse seguidoresde Jesús y pescadores de hombres.

Llega el sábado y la oportunidad está en la asamblea dela Sinagoga donde se escucha y comenta la Palabra de Dios antes de la oraciónen común. Y allí está Jesús. Y su manera de hablar es nueva. Lo hacía con unaautoridad nueva y distinta; no era un maestro de la ley más que repitiera cosasaprendidas sino que lo hacía con autoridad. ‘Sequedaron asombrados de su doctrina porque no enseñaba como los escribas sinocon autoridad’, comentaban los oyentes.

¿Cómo no iba a hacerlo así si allí estaba la verdaderaPalabra de Dios que se había encarnado, que había plantado su tienda entrenosotros? No eran sólo palabras lo que Jesús ofrecía. Allí había vida y con suPalabra sus vidas se llenaban de luz. Los corazones se sentían enardecidos anteaquella palabra llena de vida y todo se comenzaba a ver con un nuevoresplandor. Era un gozo poder escucharle, y estar con El, y hacer nacer la esperanzaen el corazón con su Palabra.

Pero la autoridad de Jesús no solo se iba a manifestaren las palabras que pronunciara sino en la vida nueva que ofrecía. Una vida queno era sólo promesas y anuncios de algo nuevo, sino que lo nuevo se estabacomenzando ya a realizar allí. Anunciaba el Reino de Dios, y reinando Dios elmal tenía que desaparecer del corazón de los hombres, y allí se comenzaría amanifestar esa transformación, para que sólo Dios reinara entre los hombreshaciendo desaparecer el mal.

‘Estaba precisamenteen la Sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo…’ Alguien dominado por el maligno aquien había que liberar del mal. ‘Se pusoa gritar’, dice el evangelista. Aquel hombre poseído por el malignoreconocía que quien estaba allí ante él era quien viniera a destruir y a vencerel mal. ‘¿Qué quieres de nosotros, JesúsNazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres, el Santo de Dios’.

Se va a manifestar la victoria de Jesús. El maligno seresiste, pero Jesús es el vencedor. Para eso habría de morir en una cruz yresucitado se presentaría como el Señor de la Victoria, el vencedor del mal yde la muerte para siempre. Allí se iba a manifestar esa victoria de Jesús. Allíse iba a manifestar la gloria del Señor liberando a aquel hombre de todo mal.

‘¡Cállate y sal deél!’, le increpaJesús. ‘Y el espíritu inmundo lo retorcióy dando un grito muy fuerte salió de él’. Todos se asombran. Jesús actúacon una autoridad nunca vista. ‘Esteenseñar con autoridad es nuevo’, exclama la gente. Allí está la Palabravictoriosa de Jesús. ‘Su fama se extendió en seguida por todaspartes, alcanzando la comarca entera de Galilea’. Ya escucharemos en lospróximos domingos como pronto van a venir de todas partes hasta Jesús buscandovida y salvación.

Ya seguiremos en las próximas semanas todo ese camino,todo ese recorrido de Jesús. Hoy también nosotros venimos hasta El, porquequeremos escucharle y porque queremos seguirle también. Como aquella gente quese reunía en la sinagoga de Cafarnaún aquel sábado, día sagrado para los judíos,nosotros venimos en el día del Señor, en el día en que cada semana de maneraespecial e intensa celebramos su victoria sobre la muerte y el pecado.

Es el domingo, el día del Señor, el día que recordamosy celebramos la resurrección del Señor. Es lo que aquí venimos a anunciar y acelebrar. ‘Anunciamos tu muerte,proclamamos su resurrección’, gritaremos con todo el ardor de nuestra feconfesándole victorioso. Y una vez más diremos ‘¡ven, señor Jesús!’ Que venga el Señor, que llegue a nuestra viday así nos sintamos iluminados por su luz, transformados por su graciasalvadora, resucitados a una vida nueva.

Aquí estamos como familia reunida en el nombre delSeñor para celebrar su victoria en su muerte y resurrección. Escuchamos suPalabra y nos alimentamos también del Pan único y partido de la Eucaristía.Aquí estamos ‘celebrando el memorial delSeñor resucitado, mientras esperamos el domingo sin ocaso’, como decimos enuno de los prefacios, ‘en el que lahumanidad entera entrará en tu descanso’. Es lo que celebramos de maneraespecial cada domingo, en el día del Señor. Es lo que proclamamos con nuestrafe alabando por siempre la misericordia del Señor que nos manifiesta así suautoridad siendo vencedor para siempre de la muerte y del pecado.

Jesús actúa con autoridad también en nosotros dándonossu gracia, haciéndonos partícipes de su victoria. Mucho mal se he metido ennuestro corazón cuando hemos dejado entrar el pecado en nosotros, pero sabemosy confesamos en verdad quien es Jesús, el Santo de Dios que nos santifica; elSanto de Dios que nos redime y nos arranca del mal; el Santo de Dios que nos transforma con su gracia para que liberados de toda atadura de pecado vivamosya santamente. Y por todo ello queremos dar gracias a Dios y cantar parasiempre su alabanza.

El evangelio dice que su fama se extendió enseguida portoda la comarca, porque corría la noticia de boca en boca y todos se admirabande las maravillas del Señor. ¿Nos faltará a nosotros hacer algo así? Es laBuena Noticia que nosotros también hemos de trasmitir. Toda esa salvación delSeñor que sentimos en nuestra vida tenemos que saber llevarla a los demás,anunciarla a nuestros hermanos para que ellos descubran también lo que es lamisericordia del Señor.

Hemos de confesar que muchas veces nos falta esaalegría y ese entusiasmo nacido de una fe profundamente vivida. Es necesario que contagiemos a los demás de esa alegría de la fe, de esa alegría delencuentro con el Señor resucitado que nos hace partícipes de su victoria sobreel mal, que nos llena con su salvación.

Esa proclamación solemne de nuestra fe que hacemos a quién medio de la Eucaristía no se puede quedar reducida a proclamarla solo en medio de estas cuatro paredes, sino que tiene que ser una proclamación públicaen que a todos alcance y a todos llegue el grito jubiloso de nuestra fe.

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